Cuando la entrega se vuelve un compromiso con la vida

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Martín Cazenave
es cirujano y miembro de la organización humanitaria internacional Médicos Sin Fronteras (MSF). Entre 2005 y 2007 participó en tres proyectos de acción médica en África y Asia dónde arriesgó su vida por la de los demás. En una entrevista exclusiva con Continta Norte cuenta su experiencia en uno de los sitios más castigados de la Tierra, donde la crisis y las guerras son parte de la vida cotidiana

La vida se presenta de diferentes y diversas formas. Pero, dentro de una generalidad que podría caer en una caprichosa arbitrariedad, existen dos grandes “bandos” por decirlo de alguna manera: Los que, irremediablemente, necesitan ayuda de cualquier índole y los que están en condiciones potenciales de brindarla. A grandes rasgos, esto es lo que sucede día a día alrededor del planeta, aunque claro, siempre son muchos más a los que les urge una mano que los que disfrutan de estabilidad, educación y alimentación adecuada.

Para hacerle frente a la gran desigualdad de oportunidades y a las catástrofes que asolan a un gran porcentaje de la población mundial muchos son los caminos. Uno de los más transitados, lejos de la pesada burocracia de los gobiernos y los organismos internacionales, son las Organizaciones No Gubernamentales (ONG’S).

Martín Cazenave (39), médico cirujano, entendió esa división y actuó en consecuencia. En 2005 se unió a Médicos Sin Fronteras (MSF), una organización humanitaria internacional de acción médica (Premio Nobel de la Paz 1999) que aporta su ayuda a poblaciones en situación precaria y a víctimas de catástrofes de origen natural o humano y de conflictos armados.

Prepararse para dar todo
“Toda mi vida tuve la intención de hacer trabajo humanitario. Fui esperando el momento adecuado como alcanzar una especialización en mi profesión (cirugía) y tener la experiencia necesaria para rendir y aportar”, adelantó el galeno. La vida lo fue amoldando hasta que llegó el día en que la madurez mental y profesional le permitieron decidirse. “Cuando vi la posibilidad, no me había casado y tenía el visto bueno de mis jefes. Analicé las organizaciones y la que más me cerró fue Médicos Sin Fronteras, que es una de las cinco más reconocidas a nivel mundial”.

El mismo año en que se sumó a MSF (en acción desde 1971) fue destinado a su primera misión: Sudán. Este país africano (el más grande del continente Negro) está afectado por una guerrilla interna desde 1955 con diferentes intensidades y actores que nunca supieron o quisieron solucionar la falta de desarrollo, matanzas indiscriminadas y enfrentamientos tribales.

Médicos Sin Fronteras enfocó su ayuda en la región de Darfur, la más afectada por la “limpieza étnica” o genocidio. Según organizaciones no gubernamentales, las muertes ascienden a 400.000, todas víctimas del conflicto. Una cifra que es validada por las Naciones Unidas. Evidentemente, un cuadro desesperante que demanda cualquier tipo de ayuda posible.

Hoy en día es la peor crisis humanitaria del mundo”, sostiene Cazenave mientras retoma la charla. “En aquella primera vez, me tocó estar en la parte dominada por el gobierno pero estábamos en pleno conflicto, en territorio hostil. Mi trabajo se desarrolló en un centro de desplazados dónde se armó un área de internación y primeros auxilios”, recuerda.

Las costumbres y el idioma (el árabe es el oficial aunque existen cientos de dialectos) fueron una barrera de comunicación que supo franquear. “La gente es siempre muy hospitalaria y se aprende mucho de ellos. Por medio de señas y de algunas palabras en inglés nos comunicábamos con los ayudantes que colaboraban en el campamento”.

Compromiso con la vida
En su primer viaje (permaneció cuatro meses) le tocó actuar dentro de su especialidad. Mientras que en 2006 regresó a la zona como médico generalista y de urgencias quirúrgicas. No fue fácil ya que la vuelta lo encontró del otro lado. Esta vez, el contingente de Médicos Sin Fronteras se ubicó en pleno territorio rebelde.

Un cambio de contexto grande ya que las condiciones eran mucho más precarias que en su anterior excursión.“La diferencia que encontré fue que mutaron las partes. Había subdivisiones y facciones que peleaban por su cuenta, algo que hizo que todo fuera más complejo. El contexto cambió mucho”, asegura quién vivió una de sus peores experiencias cuando debió ser evacuado el campamento en el que vivía porque el conflicto llegó hasta ellos y se puso en peligro la vida de todos los voluntarios.

Una historia a la que le cuesta volver pero que deja ver a través de sus escasas evocaciones. En cuanto al trabajo, la idea era colaborar con la gente local sin interferir ni reemplazar nada. “Para Médicos Sin Fronteras es importante aprovechar los recursos locales e intentar dejar armada una estructura sin presencia extranjera”. De allí que la interacción con los sudaneses fuera tan fluida como cercana.

El tercer viaje humanitario, realizado en 2007 (de cuatro meses), marcó un nuevo destino. En Sri Lanka, sur de la India, fue dónde desembarcó el equipo de MSF para colaborar en la ciudad de Mannar. Esta experiencia “fue diferente en muchos aspectos”, estimó. Tras repasar su mirada por las fotos y dejar correr nuevamente uno de los videos recogidos durante el viaje, volvió al relato.

Allí había muy buena formación de médicos”, a diferencia de lo que ocurría en Darfur. “Incluso la expectativa de vida se asemeja a la de los países europeos”. El panorama también era diferente. “El norte de Sri Lanka vive en guerra hace más de 30 años. Todo era distinto”.

Situado en un hospital dónde “había de todo”, las carencias se ubicaban en otro plano. “El problema era la falta de recursos humanos. Allí fui como jefe de cirugía del hospital de Mannar”. Si bien lo cotidiano distaba de la realidad palpada en Sudán, allí también debió emplearse al máximo, bajo un riesgo similar, para cumplir con la misión de su organización.

Esta apertura a una nueva realidad le permitió pararse de otra forma ante la vida. La lejanía geográfica, social y cultural muchas veces impide hacerse una idea acertada de lo que sucede en otra parte del mundo. Más si es “olvidada” por los grandes medios de comunicación. Lo que más rescata es el valor agregado que logró al haber sido parte de esta experiencia.

“Siento un enorme privilegio al haber estado allá. Aprendés de la gente. Lo que se recibe es mucho más de lo que uno aporta”, reconoce. La emoción lo embarga por un instante pero se recompone y continúa adelante: “El momento más difícil es el de la despedida”, asegura. Ya que “a la vuelta te queda una sensación con la que cuesta convivir. En tu trabajo habitual, en la comodidad de Buenos Aires, sentís una especie de vacío porque no estás dónde tendrías que estar”.

Cazenave le apunta a la delimitación de la “vida diaria” o rutina cotidiana como uno de los principales obstáculos para elevar la mirada y analizar los problemas que van más allá de los personales. “Todos están absorbidos por el día a día. Nos supera lo de afuera. Me impresiona, ya que en 2005 no sabía lo que era y más de dos años después los que me preguntan no saben lo que está pasando en el mundo”.

Volver a ir
Su responsabilidad para con la causa humanitaria sigue en pie. Luego de haber vivido en situaciones límites, su vocación lo empuja a ir por más. “Ahora surgió un nuevo proyecto en el cual estoy involucrado. Iré con MSF a Colombia, a la ciudad de Buenaventura, en el Valle del Cauca”, adelantó el cirujano. Allí estará presente por cuatro meses en una localidad marcada por un fuerte sesgo de violencia.

Su accionar suscita admiración y palabras de felicitación por parte de sus amigos y colegas pero él desestima los halagos personales. “No me siento un héroe por haber estado allá. Los héroes viven en esa guerra diariamente, en un contexto que asustaría a cualquiera”. La verdad es que “me dejaron un ejemplo enorme y me han hecho comprometerme en tratar de ser mejor persona y quejarme menos por lo que me toca vivir”.

Si bien prefiere no aceptarlo, es un ejemplo de entrega, colaboración y humanismo. El hombre despertó de su realidad y ayudó sin tener en cuenta fronteras, razas ni credos… ¿Y si un día nos sucediera a todos?

ROMAN IGLESIAS BRICKLES