Carlos Alberto Cúneo (15/03/1891-22/07/1982) UN BESO AL CIELO ABUELO!

22/7/2024. TRADICIÓN, FAMILIA, BUENOS VALORES Y MUCHA INTEGRIDAD. Un día como hoy, pero de 1982 se apagaba la vida a la edad de 91 años en un frío quirófano del Hospital Italiano de mi abuelo, Carlos Alberto Cúneo, un ser humano excepcional, dueño de una memoria prodigiosa y de retórica sin igual. Recto por sobre todas las cosas – ‘El General’, como cariñosamente lo bautizamos en familia hijos y nietos, obviamente sin que él lo supiera, por su admiración por el General Julio Argentino Roca (sí el abuelo era un conserva de aquellos!) era un tipo querible, algo exigente por cierto y severo, pero de muy buena madera. De esos que dejan huella, marcan el camino y en el caso de un Cúneo tal como una de sus acepciones itálicas señala, abre “brecha”.

Hijo varón de un familión de 10 hermanos (los Cúneo-Filippini), el hombre que supo ser Intendente de General Madariaga y martillero público se las ingenió para ser un político de nota, profesaba profundo respeto por la Generación del 80 y allá por el ‘37 llegó a llevar las riendas del Senado de la Nación (así lo reseñaban los periódicos de entonces), al desempeñarse como Prosecretario de ese cuerpo. Entre sus amigos se contaban Federico Pinedo (hijo) columnista del diario ‘La Prensa’, el General Rosendo Fraga (nieto), padre del actual analista político, Manuel Antonio Fresco, ex gobernador bonaerense (1936 -1940) y el conocido bon vivant y terrateniente, Ramón Santamarina, recordado benefactor artístico. Pero el abuelo, no sólo fue buen amigo de sus correligionarios sino también de aquellos que militaban en la oposición, una esquela que guardó con celo su mujer (mi abuela) Sara Viglino -peronista ella- daba cuenta de la oportunidad en que ayudó a Roberto Ghioldi, hermano de Américo, su amigo del Partido Socialista, a sortear un maltrago. Es que eran tiempos de a todo o nada en que los legisladores por convicciones llegaban a batirse a duelo sin más.

De ojos vivaces, súper locuaz, andar erguido y empilchado como para ir a misa: Don Cúneo era la fiel representación del Dandy. El hombre se enfundaba en traje de tres piezas, camisa inmaculada, gemelos, recurría a corbatas muy sobrias en contados tonos, rancho, reloj de cadena al bolsillo, botamanga y el infaltable bastón. Esa era la verdadera armadura de este caballero andante, que a pesar de los años y las décadas cambiantes – la psicodelia de los 70s y el destape de los 80s-, seguía ataviado como el Quijote encaramado en la defensa de las causas justas y perdidas de antemano. Ni que decirles de la vez que se subió a un colectivo y ya muy mayorcito él encaró al chofer, con su infaltable bastón, recriminándole porque estaba de charla con un compañero y su poca atención al tránsito ponía en riesgo al pasaje. De inmediato se ganó los aplausos de todos en el bondi, pero el robusto conductor además de una suelta de improperios que no vienen a cuento, pegó tremenda frenada y de no ser porque lo tenía al frente al pobre abuelo (yo contaba unos 13 añetes), el enjuto personaje hubiese terminado de bruces en el suelo.

Ceder el asiento a embarazadas y personas mayores (creo que nadie era más grande que él), no mentir ni faltar el respeto, comportarse con propiedad; honrar a los símbolos patrios y a nuestra historia, ser consecuente con las tradiciones, estar al pendiente de la familia, tender a la excelencia y valorar el mérito, siempre con humildad y sin perder de vista al prójimo, aborrecer todo aquello que tenga que ver con privilegios devenidos de acciones corruptas, formaban parte de su decálogo.

En él no había guiños para “picardías” y “avivadas” tan propias de estos tiempos. En fin, el ‘General’ era lo más parecido, casi una fotocopia fiel sin saberlo de aquel teniente coronel Frank Slade, el personaje que encarnara Al Pacino en “Perfume de Mujer”, sí  aquel militar invidente algo osco que llevó a su joven guía a pasar una aventura maravillosa a Nueva York y todo termina en un juicio escolar, si es que existía una delación del joven mediante, para acceder a una beca en Harvard. Y es ahí donde el viejo militar, realiza la enfática representación de su lazarillo y da cátedra sobre lo que es la integridad.A muchachos como Charlie (vaya paradoja) este colegio debe estimularlos, protegerlos, no penalizarlos, porque, si no, ¿qué clase de personas van ustedes a formar?”, planteó el coronel. En el camino, el coronel y Charlie descubrieron que siempre se puede escoger el camino correcto para alcanzar lo que se anhela. El bastón del ciego, sus férreos principios y ese legado que le procura al joven, era como ver al ‘General’.

Como no podía ser de otra forma el hombre tuvo una activa vida social. Miembro de la Sociedad Rural Argentina, socio vitalicio del Jockey Club, del Club El Progreso y de la Bolsa de Valores, lo podían los cafés de El Molino, el té en El Richmond, los bombones de Minotti y las tertulias del Florida Garden. Pero el abuelo un día, como tantos otros, con tanta esperanza, se bebió de golpe esos sueños por ver a una Argentina próspera, se quedó dormido y ya no despertó. Él se perdió la era de las comunicaciones, la ciudadanía digital, la pandemia, los realities, la inseguridad cotidiana, el streamming, esa vorágine violenta que nos imprime la vida diaria –ciertamente hubiese sido muy difícil de soportar para el ‘General’- y que nos hace perder de vista todo lo bueno que nos rodea. Por eso en este nuevo aniversario de su desaparición física es más que oportuno recordarlo en toda su dimensión humana, con su legado, su estampa de varón a la gomina y esas grandes y pequeñas cosas que, gracias a su prédica siempre oportuna, ayudaron a formarnos como buenas personas.