De ojos vivaces, súper locuaz, andar erguido y empilchado como para ir a misa: Don Cúneo era la fiel representación del Dandy. El hombre se enfundaba en traje de tres piezas, camisa inmaculada, gemelos, recurría a corbatas muy sobrias en contados tonos, rancho, reloj de cadena al bolsillo, botamanga y el infaltable bastón. Esa era la verdadera armadura de este caballero andante, que a pesar de los años y las décadas cambiantes – la psicodelia de los 70s y el destape de los 80s-, seguía ataviado como el Quijote encaramado en la defensa de las causas justas y perdidas de antemano. Ni que decirles de la vez que se subió a un colectivo y ya muy mayorcito él encaró al chofer, con su infaltable bastón, recriminándole porque estaba de charla con un compañero y su poca atención al tránsito ponía en riesgo al pasaje. De inmediato se ganó los aplausos de todos en el bondi, pero el robusto conductor además de una suelta de improperios que no vienen a cuento, pegó tremenda frenada y de no ser porque lo tenía al frente al pobre abuelo (yo contaba unos 13 añetes), el enjuto personaje hubiese terminado de bruces en el suelo.
una aventura maravillosa a Nueva York y todo termina en un juicio escolar, si es que existía una delación del joven mediante, para acceder a una beca en Harvard. Y es ahí donde el viejo militar, realiza la enfática representación de su lazarillo y da cátedra sobre lo que es la integridad. “A muchachos como Charlie (vaya paradoja) este colegio debe estimularlos, protegerlos, no penalizarlos, porque, si no, ¿qué clase de personas van ustedes a formar?”, planteó el coronel. En el camino, el coronel y Charlie descubrieron que siempre se puede escoger el camino correcto para alcanzar lo que se anhela. El bastón del ciego, sus férreos principios y ese legado que le procura al joven, era como ver al ‘General’.