Lecturas de Semana Santa. En tiempos que buscan referentes culturales… Confesiones de un eterno seductor. Homenaje a Bioy

 

 

 

27/3/2024. CASARES Y SU ÚLTIMA NOTA EN ZONA NORTE. En este mes de Marzo (el 8 más precisamente, quizás eclipsado por el Día de la Mujer) que expira, se cumplió el vigésimo quinto aniversario del  fallecimiento de Adolfo Bioy Casares, el escritor que revolucionó el género fantástico con “La invención de Morel“, pieza magistral de la literatura castellana. CONtinta NORTE desea homenajear a ese hombre de la cultura y las letras publicando una entrevista que tuvo lugar en una de sus últimas visitas a la zona Norte; tarde noche en la que presentó su libro “Una magia modesta”. En Diciembre de 1998 Bioy ofreció una charla en la Boutique del Libro que recreó quien esto escribe, el periodista Carlos Cúneo en el decano de la prensa local, el Semanario Costa Norte.

 

 

Ganador del Premio Cervantes y considerado por el mismísimo Jorge Luis Borges como uno de los mayores escritores argentinos Adolfo Byoy Casares es una figura insoslayable de nuestras letras. Julio Cortázar  lo definió un verdadero conocedor del mundo femenino – “nos hemos visto cuatro o cinco veces en la vida, pero ha sobrado eso para que fuéramos muy amigos”, contaba el autor de “Rayuela” -, CONtinta NORTE desea homenajear a ese hombre de la cultura y las letras en estos tiempos donde se trata de hacer foco en figuras icónicas que merezcan un reconocimiento especial; en este caso se publica una entrevista que tuvo lugar en una de sus últimas visitas a la zona Norte, más precisamente a San Isidro.

En Diciembre de 1998 Bioy ofreció una charla en la Boutique del Libro que recreó el periodista Carlos Cúneo en Costa Norte. Un par de meses después se extinguiría la vida de este caballero de fina estampa que supo decir en esa entrevista con Martín Fontenla que rescató Cúneo imaginándose un posible final “que recurriría a mantener una infinita conversación con los lectores que había cosechado a lo largo de su vida”.

Lo que sigue son los tramos más salientes de la entrevista con esta figura consular de nuestra literatura.

“Su cara de finos rasgos angulosos, es lo más parecido a una pasa de uva”, definía Cúneo, por entonces director de Costa Norte. Ayudado  por un bastón y un par de brazos amigos , que lo acompañaron a transitar el trecho que mediaba  entre el auto que lo transportó a la “Boutique del Libro” y la  pequeña mesa que presidía el salón, el escritor se aprestaba a mantener un estrecho diálogo con los vecinos de San Isidro. Desde ese sitial rodeado por libros y anaqueles, y contando con la inestimable colaboración de Martín Fontenla, Bioy habló a fondo de sus temas de siempre, sin reticencias y con esa dosis de buen humor y humanidad que lo caracteriza.

Su tenue voz, en diversos tramos de la charla, también pareció vacilar como sus pasos como tal vez perdiendo por un instante el hilo de la charla. Error: solo estaba buscando el adverbio, el calificativo preciso, la anécdota que invariablemente sabía encontrar.

“Sus respuestas están siempre referidas a la pregunta – enfatizaba Cúneo-; algo a lo que cuesta acostumbrarse en este mundo de preguntas sin contestar o mal contestadas. Respuestas, voz, su clara mirada y los cuidados movimientos de sus huesudas manos, parecen apuntalar los recuerdos de esa prodigiosa memoria que van hilvanando una realidad en la que la palabra tiene todo su peso, todo su valor. Con Bioy hablar es eludir malentendidos”.

Ante ese auditorio compuesto mayoritariamente por mujeres el hombre estaba en su salsa, de excelente humor, preciso como nunca. Aquí parte de la charla:

– ¿Cómo fue que empezó a escribir?

– Recuerdo que a los 8 años intenté enamorarme de una amiga y empecé a escribir. Pero recién publiqué mi primer libro en el año 1929, cuando tenía 15 años. Se llamaba prólogo y era lo que se dice bastante malo. Pero no importaba: yo era un escritor precoz y eso me hacía sentir bien. Había comenzado a escribir antes de empezar a leer.

– Bueno, era malo para la época…

– En esa época, en esta, en todas las épocas (risas)

 

 

ESCIBIR POR AMOR

 

– ¿Hubo alguien que lo impulsó a escribir?

– No creo que comencé a narrar para impresionar a algunas chicas mayores. Además, me fastidia decirlo, pero conmigo sucedió algo así como una predestinación: escribir fue una vocación innata en mí. Al principio, mis padres aplaudieron la idea, pero cuando vieron que la cosa iba en serio yo les aclaré que estaba decidido a ser escritor, eso les cayó como un balde de agua fría.

– ¿Y Ud. qué hizo?

– Abandoné mis estudios en la Facultad de Derecho y luego deambulé por Filosofía durante dos años. Mi padre esperaba que yo fuese abogado como él, recuerdo que hubo un pequeño drama en la casa cuando dejé 3º año. Después nunca me sentí tan alejado de Filosofía y Letras como al pasar por esa casa de estudios.

– Rescato una anécdota que me resulta provechosa: cuando le preguntaron por las distintas etapas de su vida, Ud. refería que tuvo una donde lo acosaban los temores y esos miedos desaparecieron el día que conoció a las mujeres

-Así es, una gratitud enorme que les tengo, porque marcaron un cambio en mi vida. Yo vivía asustado no sé porqué; mis padres salían y me aterraba que no volvieran. Por eso el día que descubrí a las mujeres no sentí más temores.

– ¿Existe alguna relación entre la escritura y el estado de enamoramiento?

– Escribimos según distintas experiencias en la vida, y si éstas son de amor, seguramente estarán en las historias que contamos.

– ¿Y ahora cómo lo trata la vida?

– Muy bien. Tengo entre manos una novela y eso me pone bastante feliz.

– ¿Sobre qué trata?

– Hay dos amigos que inventan un scketch para hacer juntos. Lo practican delante de conocidos y, éstos los entusiasman para que lo lleven al gran público. Lo representan en el Tabaris con gran éxito. Con el tiempo se casan y tienen hijos y quieren que esa amistad perdure en la descendencia, pero comienzan las discordias y…

-Ya que nombró al Tabarís, ¿puede relatarnos la historia de la bataclana?

– Sí, ella se llamaba Haydeé Bozán. Estaba perdidamente enamorado de esa mujer, siempre ocupaba las primeras filas del teatro pero, previamente pasaba por una juguetería y me detenía embelesado a admirar los juguetes. Un buen día el portero del teatro me dijo: “Tenés 10 años sos muy joven y no te interesan los juguetes, te interesan las mujeres”.

Lo cierto es que telefoneé a esta mujer y me citó en la salida de los artistas. El portero me había prestado sus pantalones largos. Y cuando la miré vi en su cara una sorpresa y un disgusto: esperaba a un hombre y se encontró con un chico. La llevé a su casa, le dije que la amaba, pero la señorita Haydeé no respondió. Hasta que un día la pesqué por la calle, estaba tan emocionado que hablaba con la boca abierta (risas). Fue entonces que me dijo: “Vocalice m’hijito, vocalice”

– También en otra nota confesó su amor por una tal Martita, una vecina…

-Recuerdo que pasé por un conventillo y llamé a la menor de mis siete vecinas. Me encontré con ella en la esquina. Debo haberla aburrido tanto, que nunca más me quiso ver. Sin embargo, me presentó a Martita que parecía más animada. La llevé al campo con una amiga y mi profesor de box. Fue un viaje desopilante, yo le enseñaba a mi amigo a manejar el coche y él, cuando se ponía nervioso, en lugar de frenar, aceleraba. Lo cierto es que cuando yo creía a Martita más mía, ella se hizo amiga de otra mujer. Desaparecieron en un Cadillac, con un capot plateado inmenso. Y así se acabó mi amor.

 

 

DE BORGES Y VICTORIA

 

 

– Cuando escribe “El Séptimo Círculo” junto a Borges, ¿cómo es que brotan esas novelas tan maravillosas como “Piedra Lunar” y “la Dama de Blanco”?

– Borges y yo éramos lectores de literatura policial. En el país no se editaban colecciones de ese género y se me ocurrió proponer una. Le comenté a Borges, lo entusiasmó la idea y hablé con Emecé. Ellos me dijeron que el género era un poco inferior, pero como se imaginará, no lo era para nosotros. Publicaron finalmente “El Séptimo Círculo” y me consta que cuando las colecciones más ambiciosas de Emecé no se vendían, ese libro no fallaba.

 

-Alguna vez supo ¿por qué razón consideraban al policial un género menor?

-Porque sencillamente no les interesaba el asunto. Sin embargo, un día me dijeron –el día mejor dicho que nos despidieron- que a un escritor no le convenía ganar mucho dinero El Séptimo Círculo había batido récords, entonces agradecían nuestros servicios.

– ¿Lo extraña a Borges?

– Como no… era muy buen amigo.

-¿Cómo nació esa amistad?

-Un día Victoria Ocampo nos citó –mejor dicho nos obligó- a visitar la Quinta de San Isidro porque llegaba un extranjero ilustre. Estábamos sentados en una especie de banco raro. Victoria en el centro junto al extranjero y en el extremo de la izquierda Borges y yo más una lámpara. Victoria de pronto se levanta y nos dice (pide permiso para decir una mala palabra): “¡No sean mierdas, hablen con el señor!”. Entonces desde ese momento Borges hizo amistad conmigo y de los nervios que tenía tiró la lámpara.

– ¿Cómo fue su relación con Victoria?

– Fue buena pero… Una vez estando en Nueva York Silvina y yo fuimos invitados por Victoria a un viaje del puerto a la ciudad. Un conductor negro nos llevó en su espléndido coche y nosotros calladísimos; ella soltó pues su palabra predilecta: “¡No sean mierdas –reputó- hablen con el chofer!”. Al rato otro auto a mas de 110 km/h roza al nuestro. Los choferes se detienen y empiezan a discutir. De pronto Victoria exclama: “¡Negros de mierda!”. La mujer tenía su carácter.

– Y de encuentro con celebridades en Villa Ocampo ¿qué nos puede decir?

– En fin, algunos me han dejado buenos recuerdos, pero en general iba obligado. Puede decirse que he conocido a individuos muy tontos. Se recorrían los jardines, se paseaba por el Bajo de San Isidro y después retornábamos a la casa. Todo previsible y evitable, digamos.

– ¿Qué nos puede contar de sus tertulias con Borges?

– El venía a comer a casa todas las noches. Luego de la sobremesa Borges decía: “Bueno basta de pavadas, vamos a escribir”. Y ahí mismo anotábamos la primera idea que alguno proponía. Nada en al vida puede ser más agradable que hacer algo con quien uno quiere, si no se interpone la vanidad. Si uno está dispuesto a reconocer que la frase que propone no es buena y acepta la del otro sin reticencias.

– Era un ejercicio de humildad…

– Así es. Un buen día Borges me confesó lo que yo sentía. “¡Qué difícil es escribir solo!”. Cuando uno llega a una situación que no sabe resolver, probablemente para otro no signifique un escollo, entonces se escribe con prodigiosa fluidez.

– Bueno Uds. tenían un fino sentido del humor. ¿El atractivo de una narración está en la historia o en la construcción de un personaje?

– Un peluquero nuestro se convirtió en huésped de la Penitenciaría Nacional y lo hicimos detective en la ficción sin salir de presidio. Es el caso de Isidro Parodi, en realidad era un peluquero de la calle Quintana que por casualidad compartíamos Borges y yo.

– ¿Qué les llamó la atención del hombre?

-Hablaba con cierto tono de sapiencia, por eso lo convertimos en nuestro detective (risas).

 

 

ESTILOS, OBRAS, INDIGNACIÓN

 

-De acuerdo a su experiencia narrativa, ¿qué le aparecen situaciones o personajes?

– En mi caso situaciones. Los cuentistas inventamos situaciones y tenemos personajes; mientras que los novelistas tienen personajes y les cuesta crear las situaciones.

– ¿Qué papel juega el amor y la muerte en su obra?

– El amor es el tema central, y la muerte, inaceptable. La vida nos da una sensación de que todo es para siempre, resignarse a no ver la luz del día me parece casi un imposible.

– ¿Cuál de sus obras considera la más lograda y por qué?

– Mis amigos inteligentes dicen que “De jardines ajenos” y “La invención de Morel” son las mejores; yo prefiero “Dormir al Sol”. Sé que tengo una mente pesimista y un temperamento optimista y “Dormir…” es más fiel a mi forma de ser.

– ¿Qué cosas le han producido indignación?

– La actitud de algunos gobernantes. No se olvide que he vivido en tiempos de Mussolini y Hitler, ellos parecían incontenibles y como buenos tiranos, inauguraron su régimen quemando libros. Es que allí veían a sus principales enemigos.