San Isidro, Victoria Ocampo y el VERANO DEL CUARTO DE SIGLO PASADO. La apacicle “Miralrío”

 

EPÍGRAFES:  Rabindranath Tagore, el pensador que hacía “llorar de alegría” a Victoria Ocampo. A la der., foto del poeta bengalí (1935). A la izq. el salón de recpeción de Miralrío y su damero vasco.

25/1/2024. TAGORE, ENTRE EL RÍO, EL MAR Y UN BALCÓN. La década del 20 allá por el 1900 sorprendió al mundo con dos hombres que pregonaban sus ideas sobre la NO VIOLENCIA: aquellas que llevaron a los occidentales a reparar en la filosofía oriental. Esos dos filósofos habían nacido en la India. Uno se llamó MAHATMA GHANDI y el otro RABINDRANATH TAGORE. Este último vino a la Argentina en Noviembre de 1924. Amiga de Tagore, Victoria Ocampo se ocupó aquel verano del 25 de la estancia del pensador en Argentina, más precisamente en una Quinta de San Isidro, de estilo vaco,  allí donde el pensador se recuperó de una gripe que lo tuvo a maltraer y pasó en los jardines y el balcón de esa casa, largas horas contemplando el río de la Plata. Ese fue el motor que nutrió a Tagore aquel verano 

Las crónicas de época cuentan que Tagore vino a la Argentina un jueves 6 de Noviembre del 24 y se alojó en el Plaza Hotel. En realidad, su meta era el Perú pero los médicos la desestimaron debido a su frágil estado de salud. Luego de someterse a un exhaustivo examen médico le comunicaron a su secretario, el inglés Leonard Elmhirst, que el sabio indio no estaba en condiciones de cruzar la Cordillera de los Andes. Su corazón no se lo permitía.

La casona que habitara el poeta en San Isidro en 1924/25. En “Miralriío” junto a su secretario el inglés Leonard Elmhirst.

 

 

 

Testimonio de Época. El pensador bengalí acompañando a Victoria en las barrancas de San Isidro

Ya para ese entonces una intelectual argentina, amiga de Tagore, la brillante escritora Victoria Ocampo, se había propuesto recuperar al pensador en aquel verano del 25 alojándolo a cuerpo de rey en su quinta de San Isidro. La residencia –perteneciente a unos parientes de la escritora- tenía por nombre “Miralrío” y según refiere el mismo Tagore contaba con un protagonista principal: el balcón que apuntaba al río de la Plata. Desde él podía contemplarse el parque, una tipa redonda y coposa en primer término, flores abundantes, multicolores y perfumadas, especialmente rosas y espinillos.

Tagore –quien ocupó esa casa de estilo vasco-, caleada y con sus puertas y postigos pintados de verde, no había de olvidarla nunca más. “Todavía recuerdo intensamente la luz de la madrugada sobre los grupos de extrañas flores azules y rosas de su jardín –.describió- y el juego constante de los colores sobre el gran río que yo nunca me cansaba de mirar desde mi balcón solitario”, habría de escribirle a Victoria poco antes de morir.

¿TAGORE VERSUS GHANDI?

Ghandi llamaba a Tagore “El Gran Centinela” y ambos mantenían una discrepancia en su filosofía no violenta. Victoria Ocampo la explicó así: “Tagore era partidario de la más alta cooperación entre Oriente y Occidente. Ghandi veía la necesidad de utilizar, para obtener mejoras y justicia, una forma especial de no-cooperación frente al Imperio Británico”.

El pensador indio pacifista, amigo de Victoria, que disentía en el método con Mahatma Ghandi.

Ese estilo de Ghandi se manifestó con una campaña iniciada en 1920, cuatro años antes de que Tagore recalara en Argentina, más exactamente en aquella quinta de San Isidro donde discurrió toda su temporada veraniega del 25 recibiendo en los jardines, a todos cuantos querían profundizar temas con él. A sus visitantes, Tagore les repetía hasta el cansancio, un pensamiento que había dejado por escrito: “Ningún pueblo del mundo puede salvarse separándose de otros pueblos. Se trata de salvarse juntos, o desaparecer”, les decía. Y como prueba palpable de esa integración propuesta estaban los encuentros en esos jardines de la casa de San Isidro con ese hombre sabio de barbas blancas y largas, enfundado en una túnica que algunos confundían –según refirió Victoria- “con la imagen del Dios Padre”.

DE SAN ISIDRO A LA COSTA ATLÁNTICA

Lo cierto es que durante su estadía el filósofo se quejó del clima de San Isidro, de ese calor agobiante que parecía querer fundirlo. Fue entonces cuando Victoria decidió que pasase una breve estadía en una estancia de Chapadmalal, ubicada ahí nomás de la concurrida Mar del Plata. Victoria obtuvo cuatro pasajes de tren- uno para Tagore, otro para el secretario inglés, otro para ella y el restante para su amiga Adelina Acevedo. Pensó que en ese rincón de la costa atlántica mucho más benévolo climáticamente el pensador se recuperaría sin sufrir el calor al tiempo que el público no lo torturaría, solicitándole entrevistas.

Amigos de Victoria con Tagore. De pie: Pedro H. Uren~a, Emilio Pettoruti, Rabindranath Tagore, Julio V. Gonzalez, Carlos Amaya y Carlos R. Pinto. Sentados: Guillermo Korn, Isabel Lombardo Toledano de Henri´quez Uren~a, Elfrida Rolo´n de Amaya y Pedro V. Blake.

Pero el escritor indio se mostró desilusionado con la residencia marplatense. Después de leer y releer a Guillermo Enrique Hudson en San Isidro, Tagore esperaba encontrarse con una casa típicamente criolla y no con el casco de ese campo, una confortable residencia del más puro estilo inglés. De modo que al tiempo decidió retornar a su estancia en San Isidro.

El río de la Plata fue el motor que nutrió a Tagore ese verano. Ya en Agosto del 25 y con Rabindranath en Santiniketan, así se lo hizo saber a Victoria. Y fue más allá aún, porque en una carta de su puño y letra  ” y le señaló que en ella alumbró un Tagore poeta: “…hoy descubro que mi cesto, mientras yo estaba allí se llenaba diariamente de tímidas flores, poemas que florecían a la sombra de horas de pereza”. Para ese entonces la India comenzaba a definir un líder con nombre y apellido. Se llamó Mahatma Ghandi.