Las Vacaciones de Invierno en San Isidro convocaron a casi 40 MIL PERSONAS DE TODAS LAS EDADES
2/8/2022. EL DERECHO A LAS INFANCIAS Y ESE VÍNCULO QUE SE CONSTRUYE DESDE LO LÚDICO. Dibujar, pintar, reír, bailar, buscar, crear, compartir, disfrutar… Todos esos verbos y más dominaron Vacaciones de invierno en San Isidro, que durante las dos últimas semanas desembarcó en museos, clubes, teatros, colegios y Casas de la Cultura que convocó a casi 40.000 personas de todas las edades. Una agenda diseñada por la Secretaría de Cultura y Ciudad de San Isidro, gratuita, presencia en todos los barrios, con más de 25 actividades y más de un centenar de funciones que no dejó a nadie de brazos cruzados. “Este ciclo lleva muchos años y ocupa un lugar central en nuestra gestión vinculada con el derecho de las infancias ya que contribuye a que miles de niños y niñas puedan compartir con sus familias, además de relacionarse, interactuar y jugar con otros pares”, destacó el Intendente Gustavo Posse. A su lado, la titular de Cultura y Ciudad de la comuna, Eleonora Jaureguiberry expresó: “Nos produjo una enorme alegría ver en estas dos semanas a niños y niñas, adultos mayores y muchísimas familias jóvenes yendo de un espectáculo a otro, poniendo el cuerpo en los talleres de los museos y Casas de la Cultura, siendo parte, jugando, aprendiendo, preguntando, comprometiéndose. Eso es lo que más nos interesa desde la gestión, ofrecer dispositivos relevantes y, desde allí, generar vínculos perdurables con la gente”.
“Genial, creo que me divertí más que mi hijo. Me raspa la garganta de tanto gritar”, dijo Julieta García Pena, junto a Hilario (5), en el gimnasio del Club 25 de Mayo, en Martínez, mientras El Club Desenchufado hacía de las suyas sobre el escenario en clave de música y humor.
También se puso el cuerpo (y el corazón) en la Casa de la Cultura de Beccar (Av. Centenario 1891), donde el ruido de lijas, martillos y sierritas se hizo escuchar en Piedra, papel…. ¡madera!, un taller desplegado en seis mesas de puro trabajo donde avanzaban barcos, autos y aviones. “Nos queda la alegría con la que se van los chicos con su juguete hecho por ellos”, comentó Oscar Bogado, al frente de la actividad junto a Pedro Aparicio.
“Lijamos, pusimos las rueditas y los palitos. Ahora me lo llevo a mi casa. Lo voy a compartir con mi hermano que no vino”, dijo Josefina (6), junto a su mamá Noelia y en la misma mesa donde Trinidad (6) y Estefanía (2) terminaban de encolar y encastrar sus piezas.
“Se llevan muy bien con la madera, porque la trabajan mucho en el jardín ¿La agenda?, me vino bárbaro. Ya estuvimos en el taller de arqueología del Museo Pueyrredón, que me pareció una genialidad”, aseguró Florencia García, de Villa Ballester, tan entusiasmada como sus dos hijas.
Ponerse el traje de arqueólogo para bucear en el parque del Museo Pueyrredón y conocer en primera persona los modos de esa actividad, construir cerámicos en el Museo Beccar Varela siguiendo los motivos y simbolismos de los que adornan esa casona, largarse a hacer líneas, puntos y lo que surja en Central de Procesos, de pie, acostado o subido a una escalera, para acompañar las sendas creativas del artista contemporáneo Ernesto Ballesteros.
Todo es y mucho más fue posible en estas dos semanas de puro trajín. Del Planetario Móvil en un domo 360° para conocer dinosaurios y el origen del Universo, la Chacra Educativa de Villa Adelina y el Teatro del Viejo Concejo, en San Isidro, donde hubo obras para la primera infancia y un ciclo de cine de cortos para todos las edades al Museo del Juguete, donde el jugar es una obviedad y donde el papel fue el gran protagonista de este receso escolar.
Allí, en Lamadrid 197, Boulogne, el último taller de las vacaciones fue Un mar de papel, que convocó a una treintena de personas de todas las edades. Todos descalzos sobre una alfombra de papel, creando y jugando de pie, pero sobre todo a ras del suelo, con pedazos de gran porte, de tres por cinco metros, y más grandes también.
“El taller nos permite imaginar otros mundos, habilitar otras experiencias sobre el espacio a partir de la transformación del papel”, contó Alejo Wilkilson, del equipo del museo y al frente de la experiencia que tuvo mucho de sonora al compás de cada doblez.
Papel misionero o Kraft, muy resistente y maleable, se transformó primero en mar y luego en montañas, cuevas, tortugas, pirámides, montañas, animales que fueron tomando forma en imaginarios y manos colectivas. “Excelente, nos permitió compartir con los chicos. Un último día de vacaciones no pudo ser mejor”, comentó Daniel Bueno, junto a su ahijado y su novia, mientras volvía a calzarse sus zapatillas.
“Hice un pulpo de 1200 tentáculos. No me costó mucho”, dijo orgullosa Ángela (7), bajo la mirada de su mamá Patricia Liensun, de Villa Adelina.
En el parque, en tanto, el papel se transformaba en distintos de avioncitos. “Todo esto nos trae lindos recuerdos de la infancia, es lo hermoso de lo simple compartido con los más chicos”, comentó Emilce Venturini al tiempo que hacía con su hijo Agustín (8) los últimos dobleces al prototipo Planeador, siguiendo las coordenadas que estaban en la mesa y frente a unos aros que unos metros más allá invitaban a probar puntería y poner de manifiesto que el proceso, más allá del resultado final, ya es todo un acontecimiento.