Se va un año complejo, difícil, excepcional, impensado. En ese contexto, Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria general de Cultura de San Isidro, nos habla de cómo fue transitar la pandemia desde la gestión, de las estrategias que diseñó para capear la tormenta, del rol invalorable de los artistas y de los desafíos de un 2021 que asoma con sus esperanzas e incertidumbres. Y comienza por la feria Leer, cuya III edición debió cancelar el 12 de marzo, a días de la apertura y antes de que el gobierno nacional decretara la cuarentena.

-Imagino lo difícil que habrá sido tomar la decisión de cancelar la feria Leer.

-Habíamos arrancado a todo ritmo este año con miles de personas disfrutando en el espacio público de Humor en Verano, el Carnaval y el Festival Konex en San Isidro. Sin embargo, todo lo que vino después ocurrió muy rápido. LEER es un festival que se volvió muy grande y que este año iba a tener dos grandes invitados internacionales, de los cuales uno estaba en vuelo, cuando adoptamos esa medida consultada con el intendente (Gustavo Posse) y las áreas de Inspección General y Salud del municipio. Por entonces, se empezaba a hablar de cómo detener los contagios y la feria podía provocarlos. Fue una frustración, porque habíamos trabajado duro un año entero para que la fiesta ocurriera.

-A partir de ese nuevo escenario, ¿cuál fue la respuesta desde la gestión? 

-Para nosotros fue un desafío resolver la cuestión conceptual, porque nuestra gestión siempre se fijó la meta de estar todo el año en el territorio y con un leit motiv claro, el encuentro presencial. Nuestra gestión estaba articulada y atravesada por ese principio, el del peso de la cara a cara, de la cosa física, material, y pasar de esa tradición tan profunda al modo virtual fue realmente complejo. Nos planteamos el desafío de encontrar rápidamente un lenguaje virtual que no fuera una copia degradada de lo que veníamos haciendo en forma presencial, y que no fuera nostálgico. Sabíamos que en ese tono no íbamos a poder ayudar a la gente a navegar la incertidumbre y la angustia provocadas por el encierro y la crisis económica.

Creo que logramos encontrar ese nuevo lenguaje y ese contenido específico, conceptual y relevante para una situación extraordinaria de una manera sutil y, si se quiere, en voz baja. Los museos (Pueyrredón, del Juguete y Beccar Varela), en ese sentido, tuvieron un papel protagónico al adquirir una modalidad alternativa que nada tiene que ver con la visita ni con la colección en el sentido tradicional del término, sino que logramos generar un lenguaje que acompañara a la gente y recreara la sensación o la idea de comunidad, que para nosotros es tan importante.

-¿En qué ejemplos se tradujo esa estrategia?

-Rescato el material que produjo toda la subsecretaría, pero sobre el que elaboraron los museos para los maestros, que estaban atravesando una difícil situación en soledad y en sus casas, y en muchos casos sin las herramientas pedagógicas para hacer la reconversión a lo digital. Trabajamos con guías didácticas para las escuelas que empezamos a postear en redes, blogs y en circuitos de educación, y que terminaron siendo usadas por los docentes más allá de la Argentina, en Perú, México, Colombia y España. Guías sobre cómo construir juguetes coloniales, por ejemplo, que es una forma de aprender historia a través de a qué se jugaba en el siglo XVIII y XIX, en las que la fundamentación, la historia y la pedagogía aparecían asociadas con cuestiones de prácticas concretas de armado, de experimentación con el propio hacer.

También piensa en Palabras Puente, del Pueyrredón, que fueron palabras de encuentro entre la experiencia de gente de no hace tanto tiempo y las de ahora, y “resultaron inspiradoras porque nos permitieron entender y pensar que todo esto en algún momento pasará, como ocurrió antes, con la gente sobreponiéndose a los más grandes obstáculos”. Y habla de historias que circularon por las redes, como la de Roque Pérez y su relación con San Isidro y la fiebre amarilla, y sigue con Botella al mar, que invitó a los chicos a contarle a otros chicos, a través de las redes de Cultura, a qué se podía jugar en casa.

Cajas y Cajitas partió de saber que en la cuarentena todo el mundo estaba haciendo orden, entonces le pedimos a chicos y grandes que revolvieran las cajas de sus casas para encontrar esas fotos, documentos y objetos que podían servir de insumos para las nuevas salas de historia de San Isidro del Museo Beccar Varela. Por más virtual que fuera -asegura la subsecretaria-, generamos una fuerte interacción, mucha conversación entre los propios vecinos y nosotros como nodo, como polea de transmisión”.

Un lenguaje que apeló a la historia y al presente, que convocó a ser parte y poner el cuerpo, que tocó emociones y no dejó de lado el humor, como ese video desopilante de la estatua de Lola Mora haciendo desastres en el museo porque estaba aburrida ya que nadie podía visitarla.

Por su parte, la agenda de vacaciones de invierno desembarcó con un contenido cuidado, amoroso y para todas las edades. “Esa agenda ayudó a los padres a poner a los chicos frente a la pantalla con contenidos valiosos y a crear un clima de cierto orden de horarios que se había perdido en muchísimas casas por esa sensación agobiante de tantas horas de encierro.  Saber que las familias agendaban cada una de las iniciativas fue una enorme satisfacción”.

-¿Y los más jóvenes? 

-Los cursos de la Casa de la Juventud funcionaron espectacularmente bien, con gran compromiso de los docentes, el buen liderazgo de su director y con un público de jóvenes nativos digitales. Esos vídeos de cada uno bailando o cantando en su casa, ensamblando una canción o haciendo una obra de teatro fueron realmente conmovedores. También fue muy interesante el programa Puente Aéreo Cultural que unió a nuestros alumnos con jóvenes de Madrid en experiencias artísticas compartidas a cada lado del océano y en las que prevaleció la férrea voluntad de encontrarse, pese a las dificultades.

-¿Qué les dirías a los artistas que se sumaron con tanto entusiasmo y en forma desinteresada a esa agenda?

Nosotros cuidamos y respetamos a los artistas, y comprendemos el valor de lo que hacen; por eso les pagamos en tiempo y en forma y los atendemos del mejor modo para que en el momento de la actuación nada que vaya por fuera del hacer artístico les genere ruido. Este año no teníamos cómo pagar por estas intervenciones, ya que nuestro presupuesto desapareció al ser redirigido a las áreas de Salud y Acción Social. Pero ellos igual se sumaron de manera  generosa y entusiasta, devolviendo, de algún modo, el buen trato y respeto de tantos años de nuestra parte. Algo que, sin duda, habla mucho mejor de ellos que de nosotros.

-Lo mismo ocurrió con Talleres de Artistas. 

-Fue un ciclo de los jueves, a las 19, animado por artistas locales. Para ellos, significó un modo de darse a conocer a una comunidad virtual muy grande y para nosotros fue un modo de entretener, de estar cerca de la gente y de seguir educando al público en las artes, que es uno de nuestros principales objetivos, junto con construir, formar y tejer esta comunidad de artistas.

-¿Hubo mucho público que no era el habitual de la gestión presencial?

Este año virtual terminó siendo, paradójicamente, una audiencia final mucho más grande que la de 2019. El ciclo de vacaciones de invierno, por ejemplo, es seguido habitualmente por unas 35.000 personas, una barbaridad teniendo en cuenta que es más del 10 por ciento de la gente que vive en San Isidro. Este año fueron 89.000 personas, con el plus que recibimos mensaje de argentinos que, por caso, viven en China y se ponían el despertador para seguir una agenda que los devolvía a su lenguaje, su música, su rutina, su origen. Tuvimos una audiencia global y, a la vez, no se perdió la idea del estar cerca y comunicados. Habituados a esos despliegues presenciales enormes, nos parecía que algo nos faltaba, pero hubo mucho agradecimiento, más que nunca. Cuando se atraviesa una tragedia la gente no se enoja, rescata lo humano y lo pone en juego.

Un éxito de convocatoria que también se vio reflejado en el Premio Municipal de Literatura Manuel Mujica Láinez, que desde el año pasado dispone de una plataforma digital de inscripción y que en 2020 recibió más de 3200 cuentos del país y del exterior, puestos bajo la lupa del jurado formado por Claudia Piñeiro, Hernán Ronsino y Susana Reinoso, quienes dieron el primer premio al marplatense Diego Zarini.

-¿Qué herramientas de la gestión virtual te parece que quedarán para cuando tengamos la posibilidad de regresar al modo presencial?

Habrá un cambio sideral en nuestro muy complejo sistema de cursos en las Casas de Cultura y en la Casa de la Juventud. Imaginamos un sistema híbrido, con cursos virtuales, presenciales y mixtos. Para eso, estamos rediseñando completamente los espacios de las Casas, haciendo mudanzas, repensando la infraestructura y actualizando la tecnología gracias a un subsidio. En 2021 el acompañamiento para los alumnos tendrá mucho que ver con otras disciplinas, más vinculadas a la crisis económica y la pérdida de empleo, algo que ocurre en este país y en el mundo. Estamos convocando profesores para estas nuevas disciplinas, que ofrecerán herramientas para emprender, desde cómo sacar fotos de productos para publicar en la Web hasta cómo generar estrategias de venta por las redes. Además, estamos trabajamos con MINOco, una agencia local liderada por dos mujeres muy premiadas, en el rediseño del sitio Web que engloba a Cultura y Juventud, y en los tres restantes, uno por cada museo.

“De todos modos, la pandemia pasará y nos estamos preparando para cuando eso ocurra, porque sabemos que en ese momento el encuentro cara a cara será más importante que nunca. En ese sentido, estamos diseñando salas nuevas en los museos, que este mes reabrieron sus puertas al público en general con estrictos protocolos y nos siguen deparando alegrías, como ocurrió con el Pueyrredón que acaba de ganar el premio de la Fundación Williams, la que nos permitirá trabajar el temas referidos a la provisión y el acarreo del agua, un tema candente entonces y ahora, junto con Joaquín Fargas, un artista  que cruza arte y tecnología maravillosamente bien.

-¿La gestión digital te hizo repensar las políticas culturales presenciales?

-Hoy la gente tiene miedo de contagiarse y miedo al futuro en un mundo que no para de cambiar y en un país que parece no arrancar nunca. Eso se traduce en desaliento, incertidumbre, preocupación y en un clima de derrota. Nosotros no vamos a cambiar la historia, pero pretendemos contribuir a no fomentar ese miedo. Queremos ofrecer espacios para que la gente pueda conectarse con eso que nos constituye como humanos, con los misterios de la vida, con los afanes y los proyectos. Tener un hijo es un proyecto, porque es saber que alguien te vas a suceder, plantar un árbol también lo es, nadie planta un árbol para sí mismo, sino para las próximas generaciones, educar, construir y producir es un proyecto. La cultura manifiesta esas gestas muy mínimas y grandes a la vez, y también las interpreta, las comprende, las cuida, las cuestiona y  las empuja. Es lo que nosotros tenemos que seguir haciendo y cuanto más preocupada esté la gente, más lo vamos a tener que hacer.

-Ese perder el miedo se vio claramente en el festival Bocas Abiertas, el mes pasado, en la primera actividad presencial del año.

Bocas Abiertas no era, para áreas del gobierno como Inspección General, el programa más fácil de resolver: trabajamos con ellos en generar un protocolo. Los cocineros del Bajo y de las otras zonas participantes entendieron desde un principio que había que ser muy prolijos y cuidadosos, y así fue. Ellos fueron los primeros en respetar y hacer respetar los protocolos. Y, en ese andar, pasaron cosas maravillosas, los músicos volvieron a tocar en las esquinas, los artistas visuales se reencontraron con su público y vendieron obra, a los restaurantes también les fue bien y el Bajo, que está muy lindo, volvió a ser una fiesta. Pero la gente fue la más agradecida: disfrutaron de la sensación de volver a ocupar el espacio público, de reencontrarse. Una experiencia maravillosa, que fluyó y nos animó a más, pensando en el verano.

-¿Qué se viene en el verano?

-Está claro que no habrá Carnaval, Parador Konex en San Isidro, ni feria Leer, pero sí volveremos a todas las plazas con muchísimo cuidado y protocolo, y con teatro. La idea es ir a los orígenes, al meollo, con adaptaciones de Shakespeare para la familia, algunas en clave de humor, otras con música en vivo, y como parte de un ciclo que tal vez se llame El Bardo en las PlazasVuelve el Bicicine, esta vez con dos sedes: la tradicional de Pacheco y el río, y el magnífico Golf de Villa Adelina, devenido Parque Público gracias a las gestiones del intendente y los vecinos. También habrá un concierto didáctico de tango, porque nos interesa que la gente comprenda cómo funciona una orquesta de tango, qué pasa por la cabeza de los músicos contemporáneos dedicados al tango y por qué es un género tan importante y patrimonial. Por otro lado, vamos a convocar a grandes artistas del Teatro Colón para que canten las arias más importantes, y un poco de música contemporánea y de comedia musical. La idea es volver, de a poquito, a encontrarnos con las grandes preguntas que se hacen los artistas, esas que no pierden vigencia. 

-Hablando de desvelos, imagino que durante la cuarentena te habrás desvelado mucho más, habrás cuidado mucho más el jardín, leído mucho más y habrás pensado sin pausa en el mundo virtual y en la gestión que se viene.

-Los primeros meses me costó dormir. Yo creía que estaba tranquila, pero claramente no lo estaba tanto. ¡Disfruté mucho estar más tiempo con mis hijos! Cuidé como nunca el jardín y pensé mucho el 2021, que será complicado presupuestariamente y en el que vamos a tener que elegir cuidadosamente qué proyectos pausar y qué proyectos continuar. De todos modos, creo que la Argentina finalmente va a rebotar y deseo pensar que en 2022 volveremos a nuestros niveles habituales de público y actividad.

-¿Un 2021 con qué tipo de propuestas? 

-Cuando no podamos hacer un festival por la razón que sea, sanitaria o de presupuesto, diseñaremos y pondremos en práctica un gesto vinculado con ese festival. Ya pasó este año con un San Isidro Jazz y Más en versión online y con Bocas Abiertas, que del Centro Municipal de Exposiciones pasó a las veredas de los restaurantes en modo Take Away. Sabemos que no podremos hacer el Camino del Santo con 500 personas dentro de una iglesia, pero sí pensamos hacer el Vía Crucis del maestro Santiago Choutsurian en el aire libre del Museo Pueyrredón, y también estamos muy esperanzados con que el artista Ernesto Ballesteros llegue a Central de Procesos, algo que estaba previsto para marzo pasado y que posiblemente se concrete en la próxima primavera.

-Reconvertirse parece ser la palabra clave. 

-Nosotros tenemos una tradición institucional de rediseñar, de cambiar, de dejar de hacer cosas para hacer otras nuevas. La incertidumbre no me causa ninguna angustia, no está en mi personalidad ni en mi método de trabajo. Ya me imaginé cincuenta cosas para hacer, pero me llama a la prudencia la restricción presupuestaria y sanitaria, el saber que debemos cuidar a nuestros equipos y a nuestro público. Sin embargo, lo cierto es que este año no paramos ni una hora, se nos cerraba una puerta y abríamos dos ventanas, pero las abrimos con una clara intención, tomando el camino más complejo, el de no transitar a la ligera, el de no hacer por cumplir, todo lo contrario. Como decía William Faulkner, elegimos prevalecer.