Platea Abierta. Obras + Escuela de Espectadores: JAVIER DAULTE PASÓ POR SAN ISIDRO

 

27/11/2016. Fue este sábado por la tarde en el Teatro del Viejo Concejo dentro del ciclo Platea Abierta en San Isidro. Obras + Escuela de Espectadores. Allí  el dramaturgo y director ofreció una atractiva e interesante charla. Si te la perdiste, acá te ofrecemos un pantallazo!

 

El Teatro del Viejo Concejo recibió ayer al dramaturgo, director y flamante novelista Javier Daulte, quien brindó una interesante charla dentro del ciclo gratuito Platea Abierta. Obras + Escuela de Espectadores, de la Subsecretaría General de Cultura de San Isidro. “El mejor lugar para un artista no es el que está ocupado por otro, porque no podemos ser meros mediocres imitadores. Los espacios –disparó Daulte- hay que hacérselos a los codazos, pero fundándolos”.

Definido por  Jorge Dubatti, fundador de Escuela de Espectadores, que moderó el encuentro, como uno de los más grandes dramaturgos de la historia argentina, habló de todo, de su casa paterna de clase media en Olivos, de Ricardo Monti, su maestro, de sus inicios en el Teatro Payró y de los 90, cuando dejó de ser un solitario dramaturgo de gabinete para empezar a escribir la obra, inmediatamente convocar al elenco y convertir el ensayo en una especie de laboratorio. “Lo hago para tener una mirada clara del rendimiento de cuestiones actorales y de procedimientos escénicos. Necesito corroborarlo en los ensayos, porque la dramaturgia no termina cuando se concluye el texto, sino cuando la obra se monta o, como dijo Daniel Veronese, cuando se baja el telón de la última función”.

Director de Rodrigo de la Serna y Oscar Martínez en Amadeus, de Guillermo Francella en Nuestras mujeres, y de Rodolfo Bebán y Alfredo Alcón (“un acontecimiento escénico en sí mismo, más allá de cualquier personaje”) en Filosofía de vida, Daulte aseguró que todas las obras tienen problemas, defectos, lagunas y contradicciones, incluso las de Skakespeare. “Una obra de arte buena no tiene que ver con la perfección, y el director –afirmó- no está respetar un texto, sino para disimular sus defectos”.

También contestó preguntas del público, habló de Espacio Callejón, la sala de teatro independiente que dirige y donde avanza el proyecto Teatro Líquido, y sonrío cuando se refirió a uno de sus tantísimos premios, el Barcelona, a las personalidades de todos los ámbitos que contribuyeron con la cultura catalana. La psicología, que nunca ejerció, también estuvo presente. “¿Por qué un actor debería conocer profundamente a un personaje si las personas no se conocen a sí mismas? Una tontería. Ser psicólogo me sirvió para que digan: Si Daulte dice tal cosa sobre la conducta de tal personaje debe ser así. Puedo expresar cualquier argumento que los actores me hacen caso”, aseguró sonriente.

Su segunda profesión, electrotécnico, que corrió, para fortuna del teatro, la misma suerte que la psicología, la relacionó con el título de su primera novela, El circuito escalera, que acaba de publicar con mucho éxito Alfaguara, dedicada a su madre, que lo dejaba en el Atlantic, el York o el Bristol y a la noche, mientras cocinaba, le decía que le cuente toda la película, lo que fue “casi un máster de contar historias, el gran problema de la narrativa”.

Recordó que a los 15 años el teatro lo capturó para siempre con Despertar de primavera, dirigida por Agustín Alezzo, y que a los 7 u 8 años su hermana lo llevó a la Biblioteca Popular de Olivos a ver La Cenicienta. “En el momento más esperado, cuando la calabaza se convierte en carruaje, los ratones en corceles y demás, se cierra el telón y asoma una cabecita que cuenta todo. Me quise matar, ¡qué decepción!, pero ¿por qué intuía yo en mi primera vez sentado en una sala que el teatro debía tener una magia?”, se preguntó.

Pero no dudó al decir que los que más saben de teatro, en general, son los técnicos y actores, que están todos los días en el escenario, que dirigir no es tener el poder, sino la capacidad de hacer brillar a los actores, y recordó que a los 5 años invitó a jugar a su casa a una compañera del jardín de infantes de la que estaba enamorado. Juntó todos los juguetes en un rincón, los cubrió con una tela verde y blanca que colgó de una soga, la hizo pararse frente a ella y la fue corriendo de a poco. “El teatro es eso, es la epifanía, algo que esperamos que suceda cuando las luces empiezan a bajar su intensidad y el telón se corre lentamente. Es la ilusión de que algo maravilloso va a pasar”.