María Kodama en diálogo con Eleonora Jaureguiberry. La trascendencia, la misteriosa inscripción en su lápida… Nada quedó en el tintero

 

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12/8/22016.- Ayer, desde las 18 y por poco más de una hora, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, mantuvo un diálogo enriquecedor con Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria general de Cultura de San Isidro. Una conversación abierta y gratuita, organizada por el CASI dentro de sus iniciativas de apertura hacia la comunidad, que fue seguida con muchísimo interés por más de 200 vecinos y en la que el escritor fue la figura central.

 

 

Edificador. Así se puede definir el encuentro abierto y gratuito organizado por el CASI que en la tarde noche de ayer puso a María Kodama frente a unos 200 vecinos en uno de los salones de la entidad sanisidrense. Una charla enriquecedora, a 30 años de la muerte del autor de Ficciones, con el aporte de Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria General de Cultura de San Isidro, quien llevó a la viuda de Jorge Luis  Borges por una gran variedad de temas vinculados con la particular vida y obra de este escritor universal.

Kodama habló de la diversidad de sus raíces, donde convergen su padre japonés y abuelos suizos, españoles e ingleses, de las conversaciones con Borges sobre el conocimiento como camino de libertad y de la energía positiva que les transmitía Nueva York, una ciudad con la que soñaba en la infancia a partir de vuelos nocturnos sobre altísimos edificios.

“Si sentía que el interlocutor era hosco o tenía segundas intenciones, Borges contestaba de una forma por momentos terrible. Sus respuestas muchas veces tenían que ver con la forma en la que le formulaban las preguntas”, comentó Kodama, mientras el público escuchaba con atención y admiración.

Jaureguiberry se refirió al famosísimo poema Remordimiento (he cometido el peor de los pecados que un hombre pudo cometer, no he sido feliz) y dijo que es un recurso poético que críticos y lectores, en un error un poco primitivo, confundieron con un estado permanente de infelicidad de Borges. “Fue perseguido por la sombra de ese poema durante muchos años, pero es imposible pensar en un Borges infeliz cuando ha sido una persona con un grado tan intenso e interesante de relación con el mundo, muy vital, que incluso estudió árabe hasta sus últimos días”, reflexionó la subsecretaria de Cultura.

A lo que Kodama agregó: “Siempre me decía que los argentinos tienen esa debilidad por las cosas negativas y la felicidad de encontrar la no felicidad en el otro”.

¿Por qué Borges es considerado hace mucho tiempo quizás el autor más importante de la literatura del siglo XX? ¿Cuál es la innovación en su escritura que lo separa de muchísimos autores de enorme valía de ese mismo siglo?

“Los dos grandes cambios dentro de la literatura española se producen en América. Rubén Darío en la primera mitad de ese siglo, que cambia la forma de decir poética, y Borges en la segunda, a través de la prosa. Primero, porque por debajo de sus historias hay una gran formación filosófica adquirida desde la infancia. Segundo, porque aprendió el  inglés y el español al mismo tiempo. Borges -explicó Kodama- aplicó en la lengua española la concisión de la lengua inglesa. Esa es la gran revolución de la prosa española”.

Enseguida, la escritora y traductora aseguró que el cuento Las ruinas circulares la cautivo desde la primera lectura, cuando tenía unos diez años. Lo leyó hasta el final, aunque reconoce que, por entonces, no entendió nada. “Quedé fascinada. Si me dijeran que toda su obra debe destruirse, salvo una obra, yo elegiría ese cuento. Borges cuenta que lo escribió en una semana en la que trabajaba, veía a mis amigos, caminaba solo, pero que lo único que deseaba era volver rápido a la casa de Anchorena para seguir escribiéndolo. Siempre decía que nunca, ni antes ni después, había podido escribir algo con tanta intensidad”.

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Aquí y en el más allá

Ante un público que disfrutaba de cada comentario, Kodama aseguró que la relación entre ambos fue de toda la vida, incluso antes de conocerlo en persona. Contó que él le decía que seguramente tenían muchas vidas encontrándose y que debían prometerse reencontrarse en la próxima. “Era muy gracioso, porque yo le respondía: Prometido Borges, pero yo en la próxima seré científica y él, cerrando los ojos, me decía: No me diga eso, por favor, porque Borges quería ser escritor otra vez y siempre”.

Habló del Borges perfeccionista y terriblemente exigente y del trabajo que encabeza en la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, el de difundir su obra y contribuir a su conocimiento, propiciando su correcta interpretación. “Hay que cuidar que las ediciones estén bien hechas y que no se distorsione ni tergiverse lo que escribió. Una vez fui a China y me pusieron en el Museo de la Gran Muralla cuatro volúmenes suyos. Pensé: Dios mío, que habrán hecho, y me respondí inmediatamente: Ni lo pienses, nunca vas a saberlo”, recordó con una sonrisa.

Lo conoció siendo su alumna de anglosajón, aseguró que le encantaba el cine, que era un excelente dibujante, y que no le gustaban las pinturas religiosas. “Prefería los autorretratos y adoraba la obra de Goya, pero no la cortesana. Había una pintura especial,  que adorábamos, Perro semihundido”.

“Viajaban, iban a museos, pero Borges era ciego. ¿Cómo era esa experiencia?”, preguntó Jaureguiberry.

“Tenía una memoria monstruosa. Cuando descubrí eso y llegábamos a sitios que él no había podido conocer cuando veía, yo le describía el ambiente y el lugar a través de las incontables pinturas que él recordaba a la perfección”.

También hubo tiempo para hablar de su papá japonés, a quien pintó de cuerpo entero, cuando ambos estaban con el libro de Penguin sobre arte griego abierto en una lámina de la Victoria de Samotracia. “Yo le dije: ¿y la belleza?, no tiene cabeza, y él me respondió: ¿Quien le dijo que la belleza es una cabeza. Es otra cosa. Mire los pliegues de la túnica. Detener el movimiento de esos pliegues causados por la brisa del mar para la eternidad. Eso es la belleza”.

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Los Conjurados

De buen humor, abierta al diálogo, Kodama cautivó a todos con sus recuerdos y tuvo tiempo para hablar del grupo El Atrio de los Gentiles, que tomó como punto de partida el poema Los Conjurados, en el que Borges expresa su admiración por Suiza, formado por países y gente de distintas lenguas y religiones que supieron superar sus diferencias. “Él dice que ojalá esa experiencia sea profética, aunque sabía muy bien que era muy difícil que algo así pudiera expandirse”.

Jaureguiberry, que con otras personalidades también integra ese foro, recordó que “Borges decía en ese poema: En el centro de Europa están conspirando…han tomado la extraña resolución de ser razonables. Una frase extraordinaria, inspiradora para el Atrio de los Gentiles, cuyos miembros tomamos la extraña resolución de ser razonables y sentamos a pensar una Argentina posible”.

Ante una pregunta de Jaureguiberry, Kodama comentó que pudo haber enterrado el cuerpo de su marido al lado del de Ginastera, pero vio un árbol maravilloso y eligió enterrarlo debajo de sus ramas, y habló de la estela funeraria colocada en su tumba, que presenta en uno de sus lados una imagen del primer libro que él le regalo. “Parece ser pictóricamente el principio de un poema que Borges amaba, La batalla de Maldon. Representa una serie de guerreros con espadas rotas, pero que siguen en actitud de lucha, acompañados por la frase Y que nada temieran. Del otro lado, la nave en la que los vikingos colocaban a sus muertos mirando hacia el Este, porque en el Este, según ellos, está la nueva vida, la luz. Por último, la dedicatoria de Ulrica a Javier Otálora, que eran unos de los tantos nombres que nos dábamos en la intimidad”.

“Una historia de amor preciosa. ¿Es cierto que se casaron varias veces?, preguntó Jaureguiberry. “Una de ellas en Islandia, con un sacerdote de casi dos metros de altura, barba larga  y ojos azules profundos, y bajo el rito de Odín, que no sabíamos bien cual era, pero no importa, fue maravilloso”.

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A los aplausos le siguieron las preguntas del público, que la llevaron a hablar del Borges adelantado en su tiempo, de la pena que sentía el escritor porque los argentinos habían tomado como libro de cabecera el Martín Fierro y los concejos del Viejo Vizcacha en vez de la obra de Sarmiento, y de su afecto y reconocimiento por el Grupo Sur y su fundadora, la escritora Victoria Ocampo, aunque solía decir en tono jocoso que una invitación de ella a una comida era como una orden de El Restaurador, por su carácter fuerte, que lo intimidaba un poco.

También aseguró que se sentía muy argentino, pero no era nacionalista, que su abuela inglesa fue una enorme influencia en su vida, y habló de los juegos infantiles de Borges con su padre, que lo introdujo en las teorías filosóficas a través de lo lúdico.  “No escribía pensando en un público determinado. Muchos de los poemas y cuentos surgieron de sus sueños, que recordaba muy bien. Por las mañanas se daba baños de inmersión y pensaba si esos sueños podían servirle o no para sus cuentos o poemas”, recordó Kodama.

La última pregunta se dirigió a su relación con Bioy Casares. “Supongo que se divertían escribiendo juntos. Pero Bioy, con el libro que escribió, demostró que no era tan amigo de Borges. Supongo que respondía de esa forma por los dichos de Borges cada vez que le preguntaban sobre la obra de Bioy. Siempre decía que le gustaban las dos obras en las que él había hecho las correcciones de principio a fin. Creo que Bioy nunca se lo perdonó”.

“Eran dos genios”, acotó la vecina.

“Era uno solo”, dijo Kodama con una sonrisa, poniendo fin a una charla amena, enriquecedora, en la que muchas veces intercaló el modo Pasado con el Presente, como si el escritor aún estuviera con vida. Y aún está, y estará.