Último adiós a Mario Salvador Alonso. Cuando un amigo se va…
7/8/2016. Amigos, familiares, representantes de instituciones intermedias, personalidades de la política, funcionarios y empleados municipales se acercaron a la casa velatoria y a la Catedral de San Isidro el jueves 4 para despedirlo.
“Papá tenía dos frases: ‘necesitás algo’ era una y la otra…’dejámelo a mí’”, contó su hija Constanza a este medio. Instantes antes, frente a un templo repleto – como a él le hubiese gustado – la joven describía a ese hombre de sonrisa amplia, mano tendida y siempre bien predispuesto en causas que hagan al bien común de la sociedad, como un tipo “alegre, lleno de vida, que tocaba el piano y contaba chistes” al que sus nueve nietos y sus tres hijos amaban profundamente. Y que en esa última cena de San Isidro Tradicional, donde dirigió tal vez su “mensaje de despedida”, como observó el Padre Oeyen al premiarlo por su trayectoria, Mario tras confesar la dolencia que lo aquejaba –cáncer de pulmón- a la cual enfrentó con mucha entereza, no pidió a sus amigos que recen por él, sino que él iba a hacerlo por todos sus afectos cercanos porque los quería y necesitaba. “Papá necesitaba rezar por todos aquellos que lo querían para que le den fuerzas”, resumió su hija.
Fe y esperanza lo alimentaban y ese espíritu de servicio, lo definía. También Coni aludió a que su mejor tarea en la función pública la desarrolló en Puerto Libre. “En Juventud Prolongada hizo un gran trabajo, tenía mucho respeto por nuestros mayores que a veces son dejados de lado”, dijo la joven y recordó que en cada área en la que se desempeñó y puso su sensible mirada, siempre contó con todo el respaldo del Municipio.
Rasgos de un buen tipo que era respetado, reconocido y muy querido por sus vecinos a los que dedicó sus mayores desvelos. “Yo lo conocía a Mario en la función pública y siempre me llamó la atención su espíritu de servicio, ese estar atento al problema que uno le traía, seguir un expediente, llamar por teléfono cuando se solucionaba algo. Frente al dolor de la muerte, pongamos la esperanza en Dios de que en algún momento nos volveremos a encontrar”, concluyó Oeyen. Para quienes no pudieron acercarse por razones de trabajo a la Catedral, acá el responso del párroco sanisidrense.
“Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”, rescata la canción de Alberto Cortez para poner en blanco sobre negro la sensación de pérdida ante la ida de un ser querido irremplazable. Pero como bien señaló el Padre Pedro Oeyen en su responso si bien las despedidas suelen ser tristes y dolorosas, al dejar ir a un amigo de años vale tener en cuenta que la celebración de difuntos para la Iglesia no es un adiós tétrico sino todo lo contrario: se celebra la vida. “Allí rescatamos nuestros buenos recuerdos, las cosas por las que Mario quiso y vivió, aquellas que compartimos, lo poco o mucho que hayamos estado con él”, dijo.
CELEBRA LA VIDA. Al rato el párroco reflexionó sobre el último mensaje público de Alonso en ocasión de recibir un reconocimiento a su trayectoria de manos de la asociación histórico cultural San Isidro Tradicional durante las festividades del Santo Labrador. “En esa ocasión, Mario hizo un discurso que me llamó mucho la atención –expresó Oeyen– , él no hablaba mucho de sí mismo, era un hombre de perfil bajo y, de pronto, en ese que tal vez fue su mensaje de despedida, empezó a contar su vida y su actividad en la función pública desde que Melchor (Posse) lo convocara hace ya más de 30 años para ocuparse de la primera reserva ecológica de América latina”.
El prelado evocó las distintas funciones y áreas donde se desempeñó en la Municipalidad (ver “Adiós a ‘un buen tipo’. Mario Salvador Alonso: vocación por estar al servicio del bien común”, http://contintanorte.com.ar/?p=92789 ) y rescató ese rasgo constante en cuanto emprendía: ese espíritu de servicio, esa dación por el prójimo. “Él veía a la función pública como un servicio”, reseñó el pastor.
También como amigo de Alonso, Oeyen puso el foco en la entereza con que tomó su enfermedad. A poco de enterarse, le dijo “la voy a luchar” y se sometió a todos los tratamientos siempre con mucha fe y esperanza.
Ciertamente en su despedida Mario Salvador Alonso recibió innumerables muestras de afecto. Tantas como rosarios, estampitas y plegarias le hicieron llegar en estos últimos dos años todos cuantos lo querían para sobreponerse a ese cáncer de pulmón que lo tuvo a maltraer. “’La sigo luchando’, le confió a Oeyen al terminar la última ‘quimio’. ‘Tengo la casa repleta de estampitas y de rosarios, ese afecto es el que me sostiene y el cariño incondicional de mi familia; todo eso me da esperanza”.
Esa parte linda de su persona, la esperanza y las ganas de seguir trabajando por los suyos y su comunidad es donde el párroco puso el prisma para celebrar la despedida de Mario, ese hombre que dedicó más de 30 años de su vida la función pública en San Isidro con profundo espíritu de servicio.
Momentos antes de concluir la misa, Constanza Alonso, su hija, hizo pública su satisfacción por encontrar la iglesia llena “cómo a él le hubiera gustado”. “Quiero pedirle a sus amigos, a su familia, sobre todo a sus nueve nietos, que siempre que lo recordemos lo hagamos con una sonrisa, con mucha alegría, tocando el piano, cantando, contando chistes.”
Recordó lo que dijera su padre en Mayo último en una cena en el CASI cuando no pidió que recen por él -como hace el Papa Francisco-, porque él iba a rezar por todos sus afectos cercanos porque los quería y necesitaba. “Nos sigue necesitando en donde está, porque desde ahí nos va a cuidar”, finalizó emocionada lo que motivó un espontáneo aplauso.