La neurocirujana Hilda Molina: “Espero que los argentinos no sigan el ejemplo cubano”

 

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La neurocirujana Hilda Molina, en Rosario, Foto gentileza Néstor Juncos

5/7/2016. Hilda Molina, neurocirujana y disidente del régimen de Fidel Castro, habló en una reciente visita a Rosario con colegas del Diario La Capital sobre los planes del castrismo de expandirse en América latina. En esta nota de la periodista María Laura Favarel, detalles conmovedores de su historia. 

 

Bajita, de manos pequeñas, suave y firme a la vez. Así es Hilda Molina, una eximia neurocirujana que creyó en el régimen castrista y creó la mejor clínica para atender a los enfermos cubanos. Pero que se sintió ultrajada cuando el gobierno, su gobierno, la obligó a atender sólo a extranjeros que pagaran en dólares. La forzaron a echar a sus compatriotas y entonces renunció a su profesión. Estuvo 16 años “encerrada” en la isla junto a su madre pero sin poder ver a su hijo ni a sus nietos que vivían en la Argentina. Después de interminables pedidos de la comunidad internacional la dejaron salir. Hace siete años que reside en nuestro país, y como le dijo a Fidel Castro, no se va a callar “las atrocidades” que vio hacer a los miembros del gobierno en contra de los mismos cubanos que los apoyaron.

La semana pasada estuvo en Rosario donde presentó “Bella desde el alma“, un trabajo realizado en conjunto con la escuela de diseño y moda Donato Delego, y la diseñadora María Pía Almeida y que se convirtió en un desfile itinerante que convoca a multitudes. Eso que las modelos lucen son los diseños que ideó y dibujó su madre, Hilda Morejón, y que ahora tomaron vida, que hablan de una moda impregnada de valores, de dignidad y también de belleza.

—A siete años de vivir en Argentina, ¿cómo está?

—Estoy bien, con 73 sufridos y trabajados años. Hace tres que perdí a mi gran compañera de lucha, a mi madre, y el vacío que me dejó no lo puedo explicar porque no se trata sólo de una orfandad sino también de la pérdida de un apoyo incondicional. Ahora estoy preocupada por mi país, por Cuba, al que me prohibieron volver… Y a la vez estoy feliz de poder estar con mi hijo y mis nietos de 21 y 15 años.

—Usted fue parte del régimen...

—Yo era una adolescente de 15 años, estudiaba en un colegio de monjas y tenía un sueño: ser médica y trabajar para los que no podían pagar, porque me duele el dolor humano. Yo soñaba con eso. Me había ganado una beca para estudiar medicina en Estados Unidos, España o Cuba. Y en ese momento llegó Fidel Castro. Era el 31 de Diciembre de 1958. En su primer discurso Fidel habló de un país con valores, donde se destacara el esfuerzo, donde no hubiera pobreza, ni delincuencia… era la sociedad perfecta. Y me enamoré de su proyecto. Yo quería ese país. Nos prometió un sistema de salud para todos los cubanos, un sistema educativo que funcione. Fui al partido a ofrecerme para lo que hiciera falta, aunque aquello le costó lágrimas a mi madre, quien desde el primer momento me dijo que no iba a ser bueno. Y tuvo razón. Fidel nunca nos dijo que nos iba a sacar lo que teníamos para quedárselo él, ni que sembraría el odio, ni que iba a dividir a las familias. Tampoco nos dijo que iba a convertir a la salud en un sistema de clientelismo político, ni que las escuelas serían de adoctrinamiento marxista. Pero era ingenua. Le creí. Rechacé la beca que tenía para irme afuera y me quedé en Cuba. Pospuse el inicio de mi carrera y empecé a trabajar en planes de alfabetización del partido. Trabajaba mañana, tarde y noche, alfabeticé miles de cubanos. Formé escuelas, y a los 17 años dirigía un secundario, que fue premiado como el mejor de Cuba. Pero empecé a ser blanco de ciertas intimidaciones. Por ejemplo me decían que tenía que hablar como ellos, con palabrotas, que jamás las había dicho ni las diré, o me decían cómo me tenía que vestir. Yo usaba unos vestidos que me hacía mi madre (que era modista de alta costura) con los retazos que quedaban, porque empezaron a escasear los insumos básicos y había que arreglarse. Además iba limpia y simple. Ellos me decían que tenía ropa de burguesa. Entonces un día los frené y les pregunté “¿Qué tiene que ver esto con la patria?”, y les dije con claridad: “Yo trabajo más que ustedes, tengo mejores resultados, entonces cuando me demuestren que por bañarme, por vestirme así y por usar el vocabulario que uso, afecto a la patria, entonces lo dejaré, pero ¡demuéstrenlo!”. Me rebelé y me hicieron derramar tantas lágrimas.

—¿Cómo decidió estudiar medicina?

—Algunos me dicen que tengo que agradecer la educación pública que recibí en mi país. Pero no saben que en Cuba nada es gratis. Todo el que quiere estudiar, primero tiene que ir a trabajar al campo, participar de programas del gobierno o hacer el servicio militar para poder estudiar. Además, los Castro no innovan por dar educación, es lo que tiene que hacer todo Estado. Cuando ingresé en Medicina pensé que renacía. Pero la mentira continuaba. Nos hacían creer que Cuba era una potencia mundial. Hasta que empecé a entrar a las cirugías y me di cuenta de que se estaban utilizando métodos demasiado cruentos. Me puse a investigar por mi cuenta, a buscar bibliografía. Ahí supe lo aislados que estábamos. No había forma de intercambiar con científicos de otras partes, y sólo disponíamos de los libros que permitía el gobierno. No había otro material. Y yo quería saber cómo se estaba trabajando las neurociencias, que eran mi pasión.

Como terminé la carrera con el mejor promedio me dieron la oportunidad de elegir la especialidad. Opté por neurocirugía, que en ese momento era muy difícil, porque era un ambiente muy machista, de hecho soy la primera mujer neurocirujana.

La bibliotecaria de la universidad comprendió mi desesperación y me ayudó. Empezó a pasarme, sin que nadie supiera, revistas científicas que sólo podía ver el director de la biblioteca. Y ahí me di cuenta de cuánto se estaba haciendo y empecé a escribir a los científicos extranjeros, pero me secuestraban las respuestas hasta que la bibliotecaria pudo interceptar la correspondencia. Al terminar me enviaron a Argelia. Me habían dicho que hacían falta médicos porque había habido un terremoto. Eso también fue mentira. Otra decepción. Pero me animé para tratar bien a los pacientes y armé la neurocirugía en esa zona de Argelia y me pude escribir libremente con los extranjeros, entre los que se contaban Rita Levi Montalcin (quien luego fue premio Nobel en 1956), con Patrick Kelly de Estados Unidos y un neurocirujano excepcional de Japón. Crecían mis ansias de llevar todo esto a los cubanos. Pero el régimen seguía minando mis esperanzas. Cuando leí el contrato que habían hecho por los médicos que fuimos a Argelia (no me permitían verlo pero insistí mucho) decía lo que el gobierno argelino pagaba a los Castro por nuestro trabajo. Era más de un cuarto de millón de dólares, y a nosotros nos daban algo de dinero argelino, una limosna. Pasábamos hambre, frío, tuvimos una vida miserable. Regresé a Cuba con una afianzada relación con los científicos del mundo. Soñaba con que los enfermos cubanos tuvieran un centro con la mejor neurocirugía de Japón y Estados Unidos, la óptima neurorrehabilitación como había en Francia y Canadá y con excelentes posibilidades de investigación como había en Suecia.

—¿Lo pudo hacer? ¿La ayudaron?

—No me ayudó Castro, me ayudaron los científicos extranjeros y lo hicimos. Cuando llegué tuve que presentar todo el proyecto por escrito al gobierno. Lo encajonaron pero igual empecé a trabajar, sin nada, hasta que en abril del 86 me fueron a buscar para que hable con Fidel. Aquella fue la primera vez que lo tuve frente a frente. Me pidió explicaciones de lo que estaba haciendo de mala manera. Observé sus ojos y estaban vacíos. Con el mayor respeto fui contando todo. Me interrogó hasta la madrugada y aparentemente Castro quedó fascinado, pero él es un estratega. Al gobierno sólo le pedí el lugar. Los científicos me ofrecieron el equipamiento y becar a 100 jóvenes cubanos para que aprendieron neurociencias en el extranjero. Me respondió: “Yo la voy a ayudar: esto es suyo y mío”. Me fui aliviada porque pensé que al menos no lo sabotearía. Al poco tiempo me ofreció una clínica que era de él que estaba en construcción pero como no le gustaba la iba a dejar, y entonces podríamos terminar nosotros de construirla y usarla para ese centro. Ante esta oferta nos arremangamos todos y lo hicimos, pusimos ladrillo por ladrillo. Desde ese día Fidel no se me despegó nunca más, hasta que renuncié al centro.

—¿Qué la llevó a renunciar?

— El centro funcionaba, trabajábamos muchas horas allí con enfermos desahuciados. Pero de a poco me empezaron a llegar órdenes de que tenía que recibir a enfermos extranjeros. Lo hicimos, pero cada vez eran más. Es que éstos pagaban en dólares. Por su puesto que ese dinero se lo llevaba el gobierno, nunca se destinó a hacer mejoras o a comprar uniformes para el personal. Luego me dijeron que no podía servir la misma comida a los cubanos que a los extranjeros, que para éstos debía ser mejor. Me opuse rotundamente. Obviamente empecé a tener problemas. Más de los que ya tenía. Y las camas para los cubanos cada vez eran menos. Me rebelé y con una furia contenida fui a hablar con Fidel. Él iba dos o tres veces por semana, llevaba a los extranjeros que venían para mostrar la clínica. En una de esas visitas le pregunté que por qué me estaba impidiendo atender al pueblo cubano. “¡Eso no puede ser!”, me respondió furioso. Insistí en que eso estaba pasando y lo volvió a negar. Después supe que era él mismo quien daba la orden porque rendía miles de dólares la clínica si atendíamos a extranjeros. Esto supuso el golpe final para mí. Era profanar mi trabajo, sentía que tenía una hija adolescente a la que querían violar. Había dejado mi vida, mi cuerpo, mi tiempo, todo en ese lugar con el objetivo de que se atendiera a los cubanos pobres. Y ellos me obligaron a rechazarlos y querían hacer clientelismo político. No podía transar. Y renuncié. Fue la decisión más dura de mi vida. Entré a los 15 años con sueños, con dinero, y me iba a los 50, sin un centavo, sin saber si me iban a matar, asumiendo que ya no iba a ejercer la medicina. Le estaba dando la espalda a este segundo hijo que era este centro, pero en mi vida adulta nunca me había sentido más digna y más libre. En ese momento no supe el precio que tendría que pagar. Eso sí, les aclaré que ya no me iba a callar y que se lo hicieran saber al comandante. “Ya verá cómo se calla”, me amenazaron. Allí empezaron a destruirme.

—¿Qué dijo Fidel de su renuncia?

—Sé que lo llamaron inmediatamente. Me ofrecieron otra casa, vacaciones, cualquier cosa. Yo no quería nada material. Había luchado por defender el derecho a la salud en Cuba y ellos que se jactaban de ayudar a los pobres lo habían destruido. Me consta que dijo “se va a morir sepultada en Cuba” y que preguntó por mi hijo. Pero como sabía que él me iba a torturar por ese lado, esperé a que mi hijo estuviera en Japón por una beca que se había ganado, para renunciar. Me quedé sin nada. Fidel se ocupó de borrarme de la historia, de separarme de mis afectos. Durante 16 años no me permitieron salir de Cuba. Y hasta un día en la calle me golpearon y me rompieron las manos, aquellas manos que tantas cirugías había hecho. A veces pienso cuánto mejor hubiera sido que me fusilaran porque morís de un golpe, pero esto fue una muerte lenta, muy lenta…

—Cristina Kirchner intercedió por usted…

— Sí, como tantos líderes del mundo entero. Primero lo hicieron por mi mamá que estaba muy viejita y muy grave con todo lo que había vivido. En el 2008, por mediación del Papa Benedicto XVI y otros gobernantes Raúl Castro dejó que mi mamá pudiera venir a Buenos Aires con mi hijo. Esto trajo problemas entre él y Fidel, que se enojó muchísimo cuando lo supo.

Y comenzó la lucha para que yo pudiera salir, sobre todo cuando a mi madre la ingresaron en terapia intensiva y el médico dijo que se moría. Recuerdo que Néstor Kirchner le había enviado una carta a Castro pidiéndole que nos dejara pasar la Navidad juntos en Argentina, pero Fidel, furioso por la propuesta, le contestó que toda mi familia podría pasar las fiestas en Cuba, ante lo cual Néstor se enojó muchísimo. Fueron 16 años de presiones de presidentes del mundo entero y más cuando se agravó mi mamá porque la separación de una madre de sus hijos no tiene banderías políticas. La conferencia episcopal cubana por pedido del Papa Benedicto volvió a trabajar intensamente en el caso y fueron ellos quienes me avisaron que me podía ir. Salí del país como una criminal, con custodia y con un fuerte operativo de seguridad en el aeropuerto. Estaba tan nerviosa, no sabía si mi madre vivía, si me dejarían realmente bajar a la Argentina…. Fueron tantos sufrimientos… El resto de la historia ya la saben.

—¿Puede volver a Cuba?

—No. Fidel lo dejó claro cuando autorizó que saliera. Me duele mucho estar lejos. Quisiera volver para luchar por la verdad, para que mi pueblo salga del yugo castrista que nos destrozó durante todos estos años de dictadura.

—Muchos argentinos tienen como modelo a Cuba…

—¡Cómo se engañan! He hablado con miles de argentinos de toda clase y condición, hasta en la cárcel contándoles lo que se vive en Cuba. Pero me he encontrado con muchos argentinos opinólogos que hablan de Cuba y no saben lo que pasa. Es como si yo opinara de fútbol. Allí gobierna una dictadura represora donde lo que menos importa es el pueblo. Sólo les interesan el poder y los millones. ¿Creen que un cubano puede ir a un restaurante como van los extranjeros? Claro que no. Es imposible. ¿Y el mito de la educación y la salud? Sí, la salud es muy buena pero sólo para los extranjeros. La educación también, pero no puedes decidir qué quieres que aprendan tus hijos. Son escuelas de adoctrinamiento. A los que van de turismo les diría que vayan a cualquier escuela bien temprano, de paso lleven cuadernos, lápices, y vean el acto matutino donde los nenes, vestidos con un pañuelo en el cuello del partido, cantan el himno y luego gritan “pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Porque Fidel después de organizar el asesinato del Che, lo convirtió en un ícono. Si hay algo que les debo reconocer es el excelente marketing internacional que hicieron, ayudado por mucho dinero sucio que les llega de todo el mundo. Todo esto me consta porque personalmente conocí los planes de Fidel. Pasé 800 horas con él.

—¿Qué cree que pasa hoy con el pueblo cubano?

—Los cubanos ya no creen en nada. Se quieren ir, no ven salida en el país. Y los Castro y sus secuaces son multimillonarios y quieren perpetuar su dinastía que hoy está asociada a los grandes poderes económicos del mundo. Los de mi generación tampoco creen en nada, se sienten fracasados, y los que pueden viven de lo que les mandan los parientes que están en el extranjero porque la cartilla de racionamiento no alcanza. Necesitan comida y remedios sobre todo.

—¿Sigue gobernando Fidel?

—Raúl no toma ninguna decisión sin el consentimiento de Fidel. Y va mutando según sus intereses. En la década del 90 liberó el dólar, que lo tenía prohibido, abrió el país al turismo extranjero, permitió las inversiones extranjeras y modificó la Constitución donde decía que la fe era un delito, para dar una imagen de apertura y tolerancia religiosa.Pero siguen siendo dictadores y represores los dos. Igual creo que Raúl es mejor padre, esposo y abuelo, en cambio Fidel nunca quiso a nadie. Él usa a las personas según su conveniencia. Y lo más terrible e indignante es usar una supuesta revolución para arrasar con un país y enriquecerse ellos. Me duele que los políticos usen la pobreza para hacerse ricos. De la pobreza no hay que hablar sino tratar de que no haya pobreza.

—¿Cuando Fidel muera, se acabará el castrismo?

—Cuando Fidel muera lo van a decir. Ya está todo pensado, pero no se termina el castrismo. Se están preparando los hijos de Raúl y hasta una de sus hijas, Mariela, por si hace falta una mujer. Ella ahora defiende el orgullo gay cuando los Castro se cansaron de mandar a los homosexuales a los campos de concentración de Cuba.Ellos están aliados con el poder político mundial. Con las empresas extranjeras que explotan al pueblo cubano con la connivencia de los Castro. Por ejemplo, un hotel de una cadena internacional que invierte en Cuba, primero se asocia con los Castro, que son los que colocarán el personal. Luego, el dinero de los sueldos debe entregarse al gobierno para que pague a los empleados. Por cada dólar del sueldo de los cubanos, el gobierno les da sólo 8 centavos y los 92 restantes van para los bolsillos de los Castro. Así es todo. Pero lo que no pueden hacer es encadenar nuestra cabeza y nuestro corazón, eso no lo podrán hacer nunca por más que quieran.

—¿Qué opina del acercamiento de Cuba con Estados Unidos?

—Es mentira. Son políticos interesados que se ponen de acuerdo porque lo necesitan. Obama quiere trascender y los Castro necesitan asociarse a empresarios millonarios porque si se instalan en Cuba tienen que pagarles en divisas. Hay denuncias ante la Organización Internacional del Trabajo pero no se hace nada. Los cubanos no tienen dinero para comprar champú o jabón, ni leche para niños mayores de 7 años, que ya no te entrega el gobierno. Si no tienes un pariente que te mande dinero, es muy difícil vivir.

Por eso miles de cubanos se siguen escapando por mar, por tierra. Hoy todo el mundo está alarmado por la crisis migratoria de Siria pero el estrecho de la Florida es un cementerio de cubanos huyendo del castrismo y nadie ha llorado por ellos..

—Está escribiendo un nuevo libro…

—Sí, se llamará El socialismo del siglo XXI. Es el castrismo que se está extendiendo por Latinoamérica. Cuando se desmoronaba la Unión Soviética Fidel buscó aliados que lo ayudaran a financiarse. Empezó con Lula da Silva. Luego se alió con Hugo Chávez y nunca más lo soltó. Fue Fidel quien unió a Chávez con Irán, con el objetivo de expandir su modelo en toda América latina y cambiar el eje del mundo hacia Rusia, China, Irán y Corea del Norte. Algunos líderes fueron apareciendo en forma “espontánea”, otros los buscó Chávez y les pagaron las campañas como sucedió con Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo y Daniel Ortega en Nicaragua, que es un multimillonario, y Salvador Sanchez Cerén, presidente de El Salvador. Y en Argentina lo intentaron con el gobierno anterior. Cristina es amiga de los Castro. Fidel me dijo a mí que la guerrilla ya no daba resultado, y que la estrategia era usar esa “cosa tonta de la democracia para que nuestros compañeros lleguen al poder”, y mientras, hacer la revolución “silente”. Consiste en ir infiltrándose en los centros educativos, en los espacios religiosos, en los medios de comunicación y cuando se den cuenta “estaremos en el poder y nuestras ideas habrán entrado a estas sociedades”. Esas fueron sus palabras y basta observar la realidad para ver cómo se van cumpliendo. Me recomendó leer a Antonio Gramsci porque él sigue sus pasos.

—¿Cuáles son los principios de ese socialismo?

—La base es la corrupción y hablar de que hacen todo para los pobres. Llegan al poder y modifican todo para perpetuarse, buscan terminar con la clase media porque con los ricos hacen negocios y a los pobres los manejan. Luego deben destruir al opositor de la manera que sea y cambiar el eje del mundo. Eso sí, el discurso es uno y la realidad es otra.

—¿Tiene sueños?

—Sí, que este país, que es el de mis nietos, sea mejor y no se engañe con la mentira del castrismo. Además tengo muchos proyectos por delante como seguir con Bella desde el alma, que es un homenaje a mi madre.

BELLA DESDE EL ALMA

Hilda Molina es hija de Hilda Morejón, una diseñadora de alta costura de Cuba que luchó por la defensa integral de la mujer, el honor y la dignidad. Madre e hija fueron compañeras de lucha. Cuando Fidel decide “encerrar” a Molina por no acatar sus órdenes, su madre también fue confinada a no salir del país. Luego de 15 años de que la comunidad internacional solicitara que la dejaran viajar, Morejón, de 90 años, pudo volver a ver a su nieto. Ella ya estaba en silla de ruedas y muy enferma. Su hija se quedó en Cuba hasta que un año más tarde se levantó la condena y pudo salir.

Todos estos dibujos que Morejón diseñó en Cuba y también en Argentina hasta antes de morir, tomaron vida de la mano de Donato Delego, un pedagogo italiano dedicado al arte y la costura. Ambos trabajaron para que las disciplinas vinculadas a la moda contribuyeran al mejoramiento social y al reconocimiento de la mujer pero no como un objeto decorativo.

Los hijos de ambos: Hilda Molina y Flavia Delego, junto con la diseñadora María Pía Almeida, dieron vida a los diseños y los confeccionaron. Entre todas armaron un espectáculo titulado Bella desde el alma.

No es un desfile tradicional, aunque se muestren los modelos de Morejón, sino que se trata de una charla donde confluyen la moda y los valores. La actividad tuvo lugar por primera vez en Rosario y fue organizada por la escuela de valores de La Segunda.

El espectáculo se repetirá en distintas ciudades del país llevando moda, belleza y valores. “Uno de esos valores es revalorizar el trabajo de las costureras, del diseño y que las mujeres puedan volver a diseñarse y hacerse sus propias prendas”, explicó Delego. Y la diseñadora Almeida agregó que los trajes tienen valores ecológicos y sustentables.

Con gran presencia del público rosarino, Molina y Delego fueron aplaudidas en un espectáculo original y único donde combinaron belleza, femineidad, y valores, algo que pocas veces se ve unido.

 

Fuente: La Capital de Rosario