AYUDÁ A  AYUDAR. 200 chicos pobres comen cada día en La Casita de la Virgen de La Cava. Alimento para el alma

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comedor-la-casita-de-la-virgen-24/4/2016. El Comedor es una verdadera institución de La Cava, y funciona en forma continua desde el año 1994. En la actualidad, brinda merienda y cena para 200 chicos, como así también entrega viandas a las familias del barrio. La entidad necesita por estos días leche en polvo/ larga vida, también galletitas dulces, copos de maíz, galletitas dulces y chocolatada. Ayudá a ayudar: contacto “La Casita… 11 5405 1545 o a lacasitadelavirgen@gmail.com.

 

“No puedo estar en el medio de todos estos males sin tomar posición”, Martín Luther King

En la villa La Cava, de Beccar un hombre convirtió su casa en hogar de todos. Se llama Julio Esquivel y durante años realizó tareas solidarias en otros países. Volvió a la villa donde nació, para ayudar a los suyos. Allí dirige un comedor infantil. Las tareas que allí realizan los voluntarios y las instituciones civiles es fundamental a la hora de desandar décadas de exclusión que ponen en riesgo la convivencia social.

comedor-la-casita-de-la-virgen-1Daniel termina de comer, se levanta de la mesa con una sonrisa de oreja a oreja y le da un beso en la mejilla a Julio Esquivel. Después Daniel, que no debe tener más de diez años, vuelve a su casa, en medio de la villa La Cava. Julio lo mira con sus ojos negros brillantes mientras el chiquito se pierde por esas callejuelas infinitas.

 

Escenas como esta se repiten una y otra vez en el comedor de La Casita de la Virgen que está en Neyer 1650, Beccar. Cada tarde unos 200 chicos meriendan gracias a un hombre grande como un oso que convirtió su propia casa en el hogar de todos.

 

Julio nació en la villa hace 50 años y a los ocho ya trabajaba. Iba al Mercado de Beccar a buscar carne y verduras para los comerciantes del barrio. “Así ayudaba a mi vieja, porque éramos nueve hermanos”, le confió Esquivel al matutino Clarin. A los 11 puso su propio quiosquito: compraba la mercadería, atendía el negocio y llevaba las cuentas. “Tenía vocación de comerciante”, añadió. Hasta que en 1978, los militares le cerraron su negocio. “Pero todo cambió cuando conocí a las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta”, explica. Las hermanas iban a La Cava todos los martes y Julio, que sólo pensaba en el trabajo y “no quería saber nada con las monjas”, se acercó un día para llevarles agua caliente. “Me ofrecieron bautizarme, pero yo no quería. Me dijeron que iban a pasar por mi casa el miércoles siguiente y así fue. Me llevaron a la capilla y me hablaron de San Franciso de Asís, de Jesús y me abrieron la cabeza. Fue como si se me esclareciera todo”, cuenta.

De a poco, Julio empezó a acompañar a las hermanas en su trabajo, visitando a los enfermos. “Gracias a la madre Araceli me di cuenta de que yo quería hacer lo mismo que ellas, vivir como ellas vivían, pero no podía porque eran mujeres”, relató. Después de mucho preguntar, se enteró que en California había un grupo de Hermanos de la Madre Teresa: mandó tres cartas, pero la respuesta tardó en llegar.

Al final le ofrecieron ir a la casa más cercana de los hermanos, en Brasil. Sacó el pasaporte y se fue a San Pablo. Allí empezó a aprender y atrabajar con los chicos de la calle. “Dormíamos de día y laburábamos de noche para juntarnos con los chicos en la Catedral de San Pedro. Eran los años de los escuadrones de la muerte“.

El padre superior vio que como yo había nacido en una villa no me costaba cumplir las 265 reglas que tenían para vivir como los pobres, como no usar duchas: yo me bañé toda mi vida con un tachito. Así que acortaron mi trabajo misionero y me propusieron ir a Inglaterra”.

En Liverpool trabajó ayudando a los alcohólicos que llegaban de países vecinos en busca de trabajo. “Como no encontraban nada, quedaban tirados en la calle —memoró Julio—. A mí me impresionaba que fueran borrachos de whisky y no de vino, como yo estaba acostumbrado a ver”.

De Inglaterra lo llevaron a Roma a estudiar los principios de la congregación y a dar una mano a los “abuelos que estaban tirados en las calles”. Su aprendizaje siguió en Estados Unidos. Debajo del puente de Brooklyn —en Nueva York—, trabajó con los homeless. Les llevaba comida, remedios y charlaba para aliviar su dolor.

Luego fue a Río de Janeiro y más tarde a Roma y a los Estados Unidos, siempre trabajando con gente de la calle. Pero cada cosa que hacía le hacía pensar en el populoso barrio de Beccar. Volvió a Buenos Aires y se fue a vivir a La Cava, “con un colchón y una virgencita”, detalla.

 A mediados de los 90, la crisis social empezó a complicar las cosas. Se hizo necesaria una respuesta urgente. “Con un kilo y medio de menudos de pollo, cebolla de verdeo y un paquete de polenta les dimos de comer a 17 chicos”, reseña. Era el 1° de mayo de 1995. “Para fin de ese año, venían a comer 80 chicos” hoy son muchos más

 Con los años, La Casita se convirtió en un centro misional de atención a la niñez. Pero además de su rol en lo alimentario, el Comedor tiene una larga tradición en ofrecer a la comunidad distintas actividades y talleres para los chicos y grandes. Un rol particularmente importante cumple el Taller de Recreación y Contención que llevan adelante los voluntarios de Manos por Hermanos que, junto con Clases de Inglés y Apoyo Escolar, se han transformado en algunas de las actividades principales del Comedor.

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Hoy La Casita requiere que la sociedad le tienda una mano. La entidad necesita por estos días leche en polvo/ larga vida, también galletitas dulces, copos de maíz, galletitas dulces y chocolatada. Ayudá a ayudar es la consigna. ¿Las vías de contacto?  11 5405 1545 o a lacasitadelavirgen@gmail.com.