ALGO DE NUESTRO AYER. Las ESQUINAS de San Isidro allá por los 70s

 

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7/8/13. Tranquilamente esta nota podría titularse también “Crónicas de un San Isidro que se fue” pero aún se mantiene vivo en la memoria de muchos y rescata del archivo del recordado Juan Santos Paván, decano de los periodistas sanisidrenses e integrante de las dos asociaciones históricos culturales del partido, San Isidro Tradicional e Hijos y Amigos de San Isidro, cómo eran las esquinas del centro del pueblo, allá por los 70s y qué familias le daban vidaq. El material – un relato que abunda en detalles sobre esquinas y lugares del San Isidro del Ayer, fue acercado a CONtinta NORTE por José Luis Perucca, un inquieto vecino que como Paván, se ocupa de guardar fotos y testimonios de lo que es puede llamarse la historia viva de nuestro pasado reciente.

El 14 de Noviembre de este año se cumplirán 24 años del fallecimiento de Juan Santos Paván, para los memoriosos, uno de los primeros periodistas que comenzaron a reflejar en sus crónicas aparecidas en una pequeña sección del matutino La Nación y más tarde en diversos medios locales, como el recordado Costa Norte, dando cuenta de todo lo que ocurría de la General Paz para acá.   paván lanzavecchia 22san isidro calle alsina 22      Juan Paván y María Lanzavecchia, en su casa de La Calabria. Al lado, la calle Alsina donde nació y vivió Paván en su niñez: eran tiempos de carros y sulkys.   Ocurre que este querible vecino que habitaba el barrio La Calabria, junto a su mujer, la adorable  María Luisa Lanzavecchia –ya fallecidos ambos- llegó a producir cerca de 30 mil noticias sobre hechos acaecidos en San Isidro, Vicente López, San Fernando y Tigre, los cuales le demandaron una ímproba diaria tarea de redacción y fotografía.     Todo ese material –prolijamente recortado de los medios que lo publicaron con preciso orden cronológico y pegado en centenares de cuadernos del tipo escolar-, constituye sin duda una suerte de historia viva de la zona, que atesora su hija Georgina Paván de De Tomaso en su casa de Acassuso. Y a ello se suman las grandes cajas de cartón que guardan celosamente el mundo de las imágenes, de un San Isidro tan lejano como reciente o de una Vicente López de los comienzos, de un Tigre y San Fernando inconfundibles en la propuesta polifacética de sus ríos.       Pero a Paván lo delataban sus fervores localistas. “Soy periodista sanisidrense”, le gustaba definirse y en diálogo con quien esto escribe supo confiar: “Yo vine al mundo a los tiros. Fui el primer varón después de tres mujeres y mi padre, cuando se enteró de mi llegada abandonó corriendo la casa de la calle Alsina, casi esquina Garibaldi, donde vivía la familia y despachó seis tiros de revolver al cielo. Estaba loco de contento con la llegada del primogénito”. En su adolescencia cursó el seminario, pero abrazó el periodismo al advertir que era su verdadera vocación.     Recorriendo la bohemia de las redacciones llegó a integrarse a La Nación, en carácter de corresponsal y también participó en otros medios locales, como “El Independiente”, la revista “Etron” (el nombre se formó con las letras de norte leídas al revés), la publicación O.C.O (de la Organización de Comerciantes de Olivos) y como dijimos del decano regional Costa Norte.     Paralelamente se desempeñó en los ferrocarriles donde llegó a alcanzar lugar jerárquico, como así también presidir en su oportunidad la comisión que confeccionó el escalafón para el personal ferroviario e interviniendo, gracias a sus condiciones diplomáticas en la solución de graves conflictos desatados en los talleres de Tafí Viejo.     Hombre diligente como pocos llegó a alcanzar protagonismo en entidades locales, Juzgado de Paz, Cruz Roja, Maternidad Municipal, Cámara de Comercio, etc. y llegó a fundar las agrupaciones histórico-culturales San Isidro Tradicional y más tarde, Hijos y Amigos de San Isidro, volcando allí no poco tesón por preservar el acervo cultural lugareño.   Paván llevaba siempre consigo, una libreta de apuntes, una reseña de noticias locales que a él lo impactaron. Aquí, tres de las más salientes y como cierre el prometido relato sobre las esquinas de San Isidro en los 70s que da título a esta nota:   vieja iglesia de san isidro 22RECLINATORIOS: Nuestra Iglesia parroquial parece destinada a crear acontecimientos que no son comunes, sino que revisten caracteres de originalidad e insolitez. Ocurrió que a fines del siglo XIX ocupó el cargo de capellán el presbítero de nombre Agnisiondo, que domingo a domingo declamaba un sermón digno de aquellos tiempos. Había observado que las damas de buena posición tenían en distintos lugares de la Iglesia su reclinatorio particular, con apoyo de manos y rodillas confeccionados en felpa, ostentando el nombre en una chapita frontal, para que solo fuera utilizado por la propietaria. Ante la gran cantidad de fieles que entonces concurrían a los oficios, consideró que la presencia de tales reclinatorios particulares no era de conveniencia para el acomodamiento de las personas comunes; de modo que, buen demócrata, pidió en un sermón el retiro de tales artefactos. Esperaba que las interesadas respondieran afablemente a su pedido, pero no fue así. De manera que el domingo siguiente, volvió a reiterar el pedido, que tampoco fue escuchado. Por tercera vez rogó que los retiraran pero tampoco fue obedecido, de manera que perdiendo la paciencia ordenó al sacristán que retiraran todos los reclinatorios y los llevara al patio interno de la Iglesia.   Sucedió que esa noche, noche maldita, llovió en San Isidro, como pocas veces y todos los reclinatorios sufieron un daño tremendo. La reacción de las afectadas fue tan virulenta que su clamor obligó a las autoridades eclesiásticas a resolver el alejamiento del presbítero, cuyo destino final no estamos en condiciones de relatar. Lo cierto es que desde entonces la Iglesia no registra la presencia de reclinatorios particulares o privados.   tranvía mulitas 22EL QUINCHO. Cuando se tendieron los rieles Decauville, para unir la estación San Isidro del Bajo con el Club Náutico, se construyó un quincho en un paradero, donde se guarecían los pequeños coches y desde donde partían tirados por mulitas. El sendero, entre frondozos árboles, era sinuoso y registraba algunos lodazales, de modo que el recorrido a pie era molesto y fatigoso. En el estremo noreste, fuera del terreno ferroviario, se levantó un quincho, con tirantes y armazones adecuados, pero con techo de paja que le asignaba una apariencia campera y atrayente. No faltaron momentos de angustia cuando cargados los pequeños tranvías de señoras y señoritas, se producía un descarrilo, lo que obligaba a descender para que quienes aparentaban fuerzas pusieran el convoy nuevamente sobre el riel. Era un lugar de encuentro, de llegada y de partida, que todos queríamos para ensayar las consabidas fotografías. Pero un día el quincho tomó fuego, sabe Dios por qué,  y no hubo medios de apagar el incendio que dio como resultado la desaparición del refugio, quedando un montón de escombros chamuscados. Así desapareció otra de las simpáticas construcciones que levantaron los pioneros de aquel entonces, hacia quienes dirijimos ahora, nuestros recuerdos.

DE LAS ESQUINAS Y SUS NOMBRES

  La fisonomía de una población, queda fijada a través de los tiempos en sentido casi indeleble en el recuerdo, según las características de sus edificios principales, la perspectiva de sus calles y sobre todo sus esquinas. Si acudimos a la memoria para pasar revista de las esquinas de esta ciudad hasta donde llegan nuestros recuerdos, sin retroceder más porque llegaríamos hasta el incipiente caserío, tendremos un panorama figurativo, susceptible de originar nostalgias y sorpresas.

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En la esquina de Belgrano y Cosme Beccar lado norte, por ejemplo recordamos la atrayente finca de los Lezica, con altas rejas y amplio portón sobre Belgrano. En la misma esquina, lado sur,  se hallaba la florida Quinta de los Seeber, también con rejas y portón sobre Belgrano, donde dos simpáticos leones de mármol blanco impresionaban la imaginación infantil. Allí funcionó a la sombra de un lejano aguaribay la monótona calesita, hasta que se levantó el edificio actual. También en la misma intersección, estaba la antigua construcción todavía existente que albergara el consultorio del Dr. Viaggio. En la parte lindera, hasta llegar a las vías, se mantuvo por muchos años la antigua Confitería y Café de los Vsimara y luego de los Piccioni, comunicándose por los fondos, con el recordado Pabellón Blanco.     En la esquina de enfrente –sudoeste-, se mantenía el silencioso jardín ferroviario, con sus pinos, eucaliptos y el ruidoso molino de viento. Los senderos vedados al público, dibujaban canteros muy poco floridos.     Sobre Martín y Omar y Cosme Beccar, lado sur, estaba la Quinta de los Tompkins y luego de los Gatti, con su vistoso mirador de vidrios de colores. En la intersección de Acassuso y 9 de Julio, actual sede del Banco de la Provincia, había un corralón, de los Yaben, con entrada por un portón esquinero de chapas. En la esquina del noroeste se encontraba la famosa confitería y café “La Covacha” de Don Mauricio Ramírez. Al derribarse el edificio, quedó un baldío como reserva libre, construyéndose luego el edificio actual. En la esquina del sudeste estaba la casa de los Guagliada, con puerta esquinera. Nos parece recordar que allí estuvo alguna vez la sucursal del correo local.   En la esquina de Acassuso y Belgrano, lado suroeste, se encontraba el amplio jardín y casa de los Bianchi, también con rejas en torno a su propiedad. Y finalmente en la esquina de 9 de Julio y Belgrano (donde por años estuvo la Casa Nora) se hallaba la Farmacia Inglesa. La plazoleta central de ese lugar sostenía una farola con una reja circular que guarecía un pequeño parterre.

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La Kermesse de la Plaza Mitre sus sorteos y rifas. Fernando Coratella, Dr. Dusaut, imprentero Marietta (h), Ángel Zarpelón (carpintero), Gerónimo Perucca, el titular de una gestoría de Martín y Omar y Cosme Beccar, Julio Pansau, vecino del Bajo de San Isidro y Sinópoli.

  En Belgrano y Rivadavia se erigía la casona de dos plantas de los Lagos. Calle por medio –sudoeste- estaba la casa y jardín de los Chieffo. En la parte noroeste había una antiagua casa baja donde estuvo la imprenta de la Elzeveriana de Mareggiani y más tarde en esa esquina funcionó una farmacia.     En 9 de Julio y Chababuco levantaba sus instalaciones el viejo y tradicional Hotel San Isidro que fuera de los Vignoles, luego de Lanzavecchia y más tarde de Roberto Mercier. En la esquina había un edificio viejo de dos plantas, recordando que existió una mueblería de Isidoro Ziprez.     En 25 de Mayo y Belgrano estuvo por muchos años la Confitería de Devoto, con posteriores cambios de firma; enfrente, la vieja construcción en la que funcionó la Oficina de Rentas. En 25 de Mayo e Ituzaingó estuvo desde los comienzos la antigua tienda Casanegra. Enfrente el Almacén de los Boggio. En Chacabuco y Belgrano estaba la casona de Andrés Rolón. En la esquina de enfrente, la vencida Fonda de los Crivelli. En la parte noroeste, estaba la casa de Isaac Márquez y, al lado, sobre Belgrano, funcionó por mucho tiempo el Correo.   En 25 de Mayo y Maipú estaba la vieja casona de los Gómez; y también sobre 25 de Mayo y Primera Junta, la casa de los Arca. En Acassuso y Brown, estuvo la casa de los Escalada, más tarde ocupada por el Club de Obreros y Empleados Municipales, hasta su demolición.   ladrillos fabrica 22Sobre Centenario y Martín y Omar emergía la característica cancha de bochas y Almacén de los Solari. En la parte de enfrente, hoy Laprida, se esbozaba la entrada a la fábrica de ladrillos de los De las Carreras, con rieles ferroviarios para retirar los vagones que se cargaban en la misma y que recorrían Centenario y entraban en la playa ferroviaria por la esquina de Belgrano. Sobre Centenario y Belgrano, lado sudeste –en tiempos de la pavimentación de la avenida- estaba el Almacén de los Buffa. Luego se construyó un edificio ocupado por la tienda Las Novedades. En otra esquina estaba la antigua Tienda de los Gresia, y en la esquina restante, se expandían los rumores de la Fonda de los Perrone y luego de Clirici.   Sobre 9 de Julio y Libertador, estaba la casa sin ochava de los García Lagos, derribada para ampliar el parque actual. Enfrente siempre recordamos la casa de los Giménez Bustamente. Pero al término de esta ligera reseña, no podemos olvidar a la esquina de Santa Fe y Bernabé Márquez, donde placidamente se erguía la vieja y querida Posta de los Pueyrredon, en el viejo Quintón de los Aguirre. Su destrucción fue un delito contra la tradición lugareña, y jamás será olvidado por los vecinos de San Isidro.