A 30 años del conflicto del Atlántico Sur… Los Vernet, una familia entre Malvinas y un San Isidro que supo mitigar el destierro

 

Primeras casas en islas Malvinas (óleo de Luis Vernet)

9/4/12. Un 10 de Junio de 1829, Luis María Vernet había sido nombrado gobernador de las islas Malvinas. Cuatro años más tarde las islas eran invadidas por los ingleses y Vernet, un descendiente de franceses nacido en Hamburgo, iniciaba un largo peregrinar que habría de finalizar en una quinta de San Isidro, llamadas “Las Acacias”. En ese solar que miraba al río desde las barrancas, vio crecer a su familia. La mujer de Vernet, doña Margarita Sáez, les refería a los pobladores de aquellos tiempos su paso por las islas volcado en un “Diario”, que el decano semanario local Costa Norte publicara allá por 1982 para que todos los zonanorteños supieran de las islas. Pero –además- el hijo mayor de quien fuera gobernador de las Malvinas se desempeñó como Intendente de San Isidro. Y en el pago chico local, brilló la presencia de Matilde Vernet –quien en realidad había cambiado su nombre de bautismo por el de Malvina– muy probablemente la única argentina nacida en suelo malvinense. Matilde murió en San Isidro a la edad de 94 años y su padre también falleció en este pueblo ya longevo. Ernesto Greenleaf Cilley Hernández, nieto de Malvina – para utilizar definitivamente el nombre que ella apreciaba y por el cual se la conoció (foto), bisnieto del Gobernador isleño supo relatarle a ese medio que tanto hizo por el acervo cultural sanisidrense una semblanza de su familia que sentó sus raíces en el pago chico. Con “Los Vernet, una familia entre San Isidro y Las Malvinas”, CONtinta NORTE, primo hermano de aquel medio decano,  rescata esas historias no tan mínimas que hablan de Matilde o Malvina Vernet de Cilley, una mujer que nació en las islas y murió en San Isidro luego del destierro. En estos tiempos en que tanto se apela al principio de autodeterminación de los pueblos para reivindicar los derechos de los kelpers, bueno es abrevar en esta historia de una mujer nacida y echada del territorio en el que nació. Encontró solaz en San Isidro donde organizaba tertulias para hablar de sus añoradas Malvinas, quizás porque el pago chico logró calmar un trágico desenlace: el que impide retornar al sitio donde se nació, el que niega el ingreso a la tierra de origen.

“Mamita  Malvina, mi abuela, me tuvo en sus brazos cuando era pequeño. Me hablaba de su padre Luis, mi bisabuelo y de sus añoranzas por las islas. Ella era una matrona fuerte que caminaba a paso ligero, pero sin agitarse, las calles de San Isidro. Yo la visitaba por las tardes y ella me cantaba tocando el piano”, supo evocar Greenleaf Cilley Hernández, nieto de Malvina ante Costa Norte.

En su relato el hombre vislumbró la añosa quinta “Las Acacias”, desde la cual se divisaba la cúpula de la Catedral de San Isidro. El contó que su bisabuelo había adquirido ese predio que semejaba un balcón al río por consejo del primer intendente que tuvo San Isidro, don Fernando de Alfaro.

Alfaro había sido juez de paz en Carmen de Patagones y en esa localidad lo conoció a Vernet, quien por entonces había perdido sus títulos en las Malvinas, cuando las islas le fueron arrebatadas por la invasión inglesa que las ocupó.

Supieron trabar una sólida amistad que continuo la distancia: Vernet partió hacia Río de Janeiro y Alfaro se afincó en San Isidro. Y finalmente este último, en 1846, convenció al gobernador de las Malvinas acerca de las bondades de una quinta sanisidrense “que miraba al río”.

Sin pensarlo dos veces Luis Vernet pagó 3 mil pesos por ella y decidió ocuparla. Ese panorama era más que evocativo. Llevó allí a su mujer –Mariquita Sáez, quien había nacido en el Uruguay- y a sus hijos, entre ellos Malvina. “Abuela había nacido en el puerto Luis de la isla Soledad y le encantaba San Isidro. Ella fue siempre el símbolo de nuestra soberanía. Murió en estas tierras a los 94 años de edad. Se enorgullecía de su condición sanisidrense pero, en el fondo, nunca soportó el destierro, esa condena que arrastró de por vida y que le impedía volver libremente al lugar donde había nacido”, contó Cilley Hernández.

UN HIJO DEL GOBERNADOR DE LAS MALVINAS, INTENDENTE DE SAN ISIDRO

De la unión matrimonial del gobernador Vernet con María Sáez nacieron 7 hijos: Luis Emilio, Luisa, Sofía, Malvina (la única nacida en la isla Soledad), Gustavo, Carlos y Federico. “El mayor, es decir Luis Emilio, llegó a ser presidente de la Municipalidad de San Isidro (así se denominaba a los intendentes en aquel entonces), allá por el año 1861”, historió Cilley Hernández.

Lo cierto es que la residencia de los Vernet congregaba a todo San Isidro –y más ampliamente a la Zona Norte– a lo largo de tertulias donde se evocaba la vida en las Malvinas. “En esas tertulias sanisidrenses, mi abuela Malvina Vernet era el eje de todo –memoró Cilley– La gente sabía que ella era la única argentina que había nacido ahí; ese privilegio la rodeaba de un halo muy especial ante todo el mundo

En verdad la vida de Malvina Vernet no fue apacible. Todo lo contrario. A poco de abandonar su padre las islas ella recaló en Carmen de Patagones, luego la familia viajó a Brasil y, allá por 1853, Malvina se encontró en Montevideo. Allí conoció al capitán de un buque de guerra norteamericano, Greenleaf Cilley. Y con él se casó trasladándose por algún tiempo a Estado Unidos.

Curiosamente Malvina Vernet de Cilley fue espectadora en el Teatro de la Opera de Nueva York del asesinato del presidente Lincoln. “El homicida se había introducido por el antepalco, aprovechando el instante en que el agente de policía secreta se había alejado a presenciar la función. Cometido el asesinato –supo contarle Malvina a Josué Quesada- tuvo tiempo el matador de salir a la escena y lanzar desde ella algunos gritos que la confusión y el pánico impidieron oír”.

Ella se enorgullecía de su familia, afincada en San Isidro y propulsora del progreso del pueblo. “Joseph Sáez –contó su nieto- fue quien donó la primera pelota que tuvo el CASI. Sáez vivió en la que es actualmente la Casa de la Cultura de San Isidro”,

Malvina, su venerada abuela, se enorgullecía en que en cada una de las ramas de su familia existiera alguna nieta llamada como ella. Y que todo su grupo, casi sin excepción, residiera en el querido San isidro. “Una localidad que he visto crecer y embellecerse como una parte de mis íntimos afectos, vinculados a las épocas más gratas de mi vida”.

Sin duda estas tierras habían logrado calmar un trágico desenlace: el que impide retornar al sitio donde se nació, el que niega el ingreso a la tierra de origen.