Carta Pastoral de Cuaresma. LA VIDA ES SIEMPRE UNA BUENA NOTICIA

 

 casareto

 

 

Queridos Amigos;

 

 

 

12/3/11.-  Este año la iglesia se ha propuesto que la acción evangelizadora gire en torno al tema de la vida. Por ese motivo, será el eje de nuestra meditación de cuaresma.

 

Tal como hicimos en el último Adviento, también ahora nos referiremos a un hecho real para reflexionar juntos sobre él. Tomaremos un caso que no es de público conocimiento, sino algo que le sucedió a un sacerdote. La idea es que podamos pensar e interrogarnos sobre la cuestión de la vida, en el contexto de nuestra preparación para la Pascua del Señor, que es sobre todo, la fiesta de la Vida.                          

 

 

 

El hecho

 

 

 

Una tarde se presentó en una parroquia de nuestro país, una mujer de mediana edad y buena posición económica. Algo angustiada pidió hablar con un sacerdote a quien le relató la siguiente historia:

 

 

 

“En mi casa trabaja desde hace un tiempo, como empleada doméstica, una chica del norte argentino, muy sencilla, que ahora tiene 19 años. En sus tareas es muy esmerada y cuida con paciencia y solicitud a mis chicos, que son chiquitos. Es muy buena persona y nos hemos encariñado con ella y creo que ella se encariñó con nosotros. Hace un par de días me contó que está embarazada. A mí me parecía que tener el bebé en su situación era inviable, puesto que está sola en Buenos Aires y le envía casi todo su sueldo a su mamá que está en su provincia ¿Adónde va a ir a trabajar con un hijo? Yo le dije que no iba a poder seguir teniéndola en casa. Tengo poco espacio y no puedo asumir esta nueva situación Tampoco me parece posible que vuelva a su casa sola, presentando a su familia un problema nuevo. Le dije, entonces, que si quería interrumpir el embarazo, yo podía ayudarla. Ella me respondió algo que me ha dejado perpleja y confundida, y por eso he venido a hablar con un sacerdote. Me dijo: «Señora, todo lo que tengo, es porque usted me lo da: trabajo, ropa, casa, comida… nunca he tenido nada propio y ¿ahora usted me pide que entregue lo único que he podido tener en la vida?» Su respuesta fue serena y contundente. Yo quedé conmovida y me sentí interpelada en mi propia maternidad.

 

 

 

Finalmente, el bebé nació y su mamá conservó el trabajo en esa familia que la acompañó en el embarazo y la crianza del niño.

 

 

 

 

 

El sueño más preciado que puede tener una persona

 

 

 

El tema de la vida es inagotable y no pretendemos en unas pocas líneas desentrañar su profundo significado. Lo que queremos es plantear la cuestión y quedarnos pensando. Compartimos aquí algunas de las reflexiones que la historia nos ha suscitado.

 

Esta chica tan sencilla, captó algo fundamental: la vida es un bien, el primero, el más valioso y hay que cuidarlo. Percibió también que esa vida se le confiaba a ella de manera especial, sintió que un hijo es una riqueza, en este caso la única riqueza, pero siempre la máxima riqueza.

 

Esta percepción es compartida por muchas familias: los hijos son un don, una promesa, un sueño, tal vez el sueño más preciado que pueda tener una persona. Que el hijo o la hija sean felices es la máxima aspiración de un padre o de una madre. Quizás se pueda renunciar a la propia felicidad, pero no a la del hijo/a.

 

Tener un hijo, además, da a la propia vida un sentido especialísimo. Al tener un/a hijo/a, se siente que uno no se puede morir, alguien me necesita de un modo muy particular. Los actos del padre o de la madre adquieren otra relevancia, porque hay alguien especial a cargo.

 

Aparece también en la historia el hecho de que para que la vida sea posible y conozca la luz, es necesario que varias personas se comprometan con ella; en primer lugar, la madre, pero ninguna madre sola puede hacerse cargo de todo lo que implica traer una persona al mundo. Es necesaria la presencia del padre, de la familia, de la comunidad.

 

 

 

 

 

¿Qué nos dice la Biblia sobre la Vida?

 

 

 

La Sagrada Escritura nos dice que Dios ama la vida: no sólo la ha creado, tal como nos relata el libro del Génesis, sino que la sostiene (Cf. Salmo 136, 25). Es más, “Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. El ha creado todas las cosas para que subsistan…”  (Sabiduría 1, 13-14). El evangelio de Mateo recuerda que “¡Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes!” (22, 32) Y el de Juan recoge el testimonio de Jesús “Vine para que tengan Vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).

 

Es decir, el testimonio de la Biblia va en una dirección: Dios quiere que vivamos, quiere que seamos felices. La vida es un bien y  encierra en sí misma una belleza, es un hermoso regalo, condición de posibilidad de todos los demás.

 

La vida, además, siendo propia, no lo es totalmente: se nos da y algún día tenemos que devolverla. Es un regalo que tiene una naturaleza tal, que solo lo disfrutamos en la medida en que lo entregamos, en que vivimos por algo grande, así lo recuerda el Concilio Vaticano II: “El hombre, única creatura a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.[1]

 

El modelo acabado de la vida plena y entregada es Jesús. Ese misterio de la vida vivida “en favor de los demás” es lo que celebramos precisamente en la Pascua.

 

Esta vida, que es hermosa y valiosa, sin embargo es una vida frágil, amenazada de diversas formas por el mal y sometida a la muerte; esperamos otra Vida en la que se plenifiquen todos los valores que hoy vivimos “en promesa”.

 

En síntesis, la vida humana, por sí misma, es una buena noticia, aunque se dé en la pobreza y en medio de carencias y limitaciones de todo tipo. Y, porque la Vida, en Jesús, se  nos ha manifestado (cf. 1 Jn 1,2), nosotros anunciamos al mundo el Evangelio de la Vida.

 

 

 

 

 

¿Qué consecuencias tiene todo esto para nosotros aquí y ahora?

 

 

 

Es muy importante que más allá de las discusiones concretas que la actualidad política y social nos va presentando, podamos percibir el valor inestimable de la vida, su cualidad de don y regalo fundamental. Percibir el valor de la vida nos lleva a otra reflexión muy importante: la del sentido de la vida.

 

Hoy las personas se preguntan mucho acerca del sentido de lo que hacen, del sentido de lo que les sucede o de lo que se les pide. Esto es muy bueno, es una señal de madurez personal y social. Significa ir por el camino de la racionalidad y del pensamiento propio. Si seguimos la línea de estos interrogantes, tarde o temprano nos encontraremos con la pregunta por el sentido total, expresado más o menos así: ¿Qué sentido tiene la vida, estar vivo? Y llegaremos a un cuestionamiento aún más inquietante ¿Qué sentido tiene mi vida, por qué existo? Quienes se animen a formularse la pregunta, tal vez transiten momentos de incertidumbre, pero tendrán la oportunidad de descubrir una insospechada profundidad, aún en lo cotidiano. Porque toda vida tiene sentido. Sin bien la respuesta completa la conoce Dios, ya podemos ir percibiendo algo de ese sentido, aunque nuestra comprensión sea limitada y con interrogantes. Desde la fe sabemos que toda persona es valiosa, en todo ser humano Dios ha depositado muchos dones: es su creación. Cuando buscamos entonces el sentido, la razón de ser de una existencia, por frágil y limitada que sea, nos encontramos con el querer de Dios, con su amor creador. Nada menos.

 

 

 

Queridos amigos, en este tiempo de cuaresma, nuestra conversión debe ser más que nunca un “Paso”, una “Pascua” a una Vida Nueva. Una opción por la vida. Que María, que supo lo que es aceptar un embarazo estando sola, y que acompañó las distintas etapas de la vida de Jesús y de la iglesia naciente, nos enseñe a valorar y a cuidar la vida.

 

 

 

¡Muy feliz pascua de Resurrección!

 

 

 

Una fraterna Bendición,

 

 

 

Mons. Jorge Casaretto                                                                               Mons. Oscar Ojea