Adelanto de la biografía del pintor de las dos orillas. Carlos Páez Vilaró: «Hasta donde ME LLEVE LA VIDA»

 

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28/02/11. Tal el nombre de la biografía novelada en ciernes de Páez Vilaró que el escritor uruguayo Diego Fischer tiene en aprontes luego de acceder a lugares aún reservados de la geografía personal del destacado artista recogiendo su propia voz y la de aquellos que lo conocen bien. El libro –editado por Sudamericana– saldrá a la venta a fines de Marzo, pero al cumplirse los 60 años de su primera exposición, en el molino conocido como “La Pastora”, donde hoy se levanta el Hotel Conrad, el artista y su biógrafo ofrecieron una charla moderada por  Teté Coustarot en el cinco estrellas esteño.  Activo como siempre, a los 87 años don Carlos no dejó de referirse a su amor por Casapueblo y por el Tigre, donde recientemente a una plazoleta le dieron su nombre. En su rica historia, no faltaron los obstáculos.”Ellos me estimulan, siempre ha sido importante para mi vencerlos”, sostiene.

 

 

 

 

La obra desgrana las conquistas y los desvelos de este popular constructor de sueños que en Enero último fue distinguido con una plazoleta que lleva su nombre en su segundo hogar, Tigre.

 

 

paezHOMBRE DEL MEDIO DEL RÍO. Autodidacta, curioso y audaz, Páez Vilaró ha incursionado en la arquitectura, la pintura, la cerámica, el arte textil, la escritura y una extensa lista de lenguajes creativos, que dan cuenta de una búsqueda incesante, al igual que sus permanente viajes por el mundo, y su ir y venir, de Uruguay a la Argentina.

“Me considero un hombre del medio del río -reflexiona sonriente-, ya que vivo saltando como entre los platos de una balanza por Argentina y Uruguay. Vivo seis meses acá y seis meses en Punta Ballena. Me acabo de enterar de ese gesto enorme que tuvo el Intendente Sergio Massa. Conmueve sobremanera, estoy deseando llegar a Buenos Aires para ir a agradecerle. Entrar a mi casa de Tigre atravesando un parque que lleva tu nombre ya es demasiado”, confía.

 

El libro comienza con un Buenos Aires que vive la conmoción de la inminente llegada de Juan Domingo Perón al poder. Allí un joven uruguayo había cruzado el río cumpliendo un sueño decidido a conquistar la gran ciudad. “Ese botija que trabajaba en una fábrica de fósforos lejos del centro, se levantaba a las 5 de la mañana para tomar el tranvía, después de algunas noches de pasear y frecuentar los cabarets de la avenida Leandro Alem los domingos amanecía pasado el mediodía y recalaba en la confitería de El Molino, frente al Congreso –cuenta Fisher- Dependía mucho de la altura del mes si almorzaba un café con leche con cuatro medialunas o como Dios manda”. El hombre salía con su carpetín y sus colores y desde un banco en la Plaza se animaba a un juego con los paseantes. Detenía a determinados personajes al azar y les proponía trazarles un dibujo: si les agradaba, lo pagaban dos pesos y sino era él quien lo hacía. “Esos dos pesos enriquecían mi salario porque en ese entonces ganaba 30 centavos la hora que eran $ 2,40 por día y 60 nacionales al mes. Más 5 pesos que le mandaba a mi madre todos los domingos para que fuera al cine”, evoca Páez.

 

LA COMPARSA DE LOS NEGROS. Luego retorna a Montevideo y desde el Uruguay vuelca toda su impronta en la pintura. Era la década de ‘50 y el pueblo oriental tenía “nostalgia de tango, le faltaban las mujeres que iban a bailar, las orquestas como las de D‘Arienzo”. Sin encontrar qué pintar, buscando imágenes que sean dignas para sus hojas, decidió frecuentar basurales, entre ellos los de Palermo en la capital, sin imaginar que allí descubriría la esencia de su obra. “Recuerdo que estaba pintando la cruz del Sur y escuché el ruido de los tambores. Perseguí el sonido y me encontré con una vieja comparsita de negros. Vi a los tipos tocando, con la sangre goteando sobre la lonja, pidiendo frutas para la Navidad y vintenes con una canasta. Había una vieja que parecía una joyería, llena de collares y con un abanico. Había un escobero brujo. También estaba el viejo gramillero, epiléptico, reumático, mirando el cielo, tratando de descubrir la inspiración para los medicamentos contra el mal de amores. Me metí dentro de la comparsa y sin darme cuenta llegué con ellos al conventillo Medio Mundo, que fue mi mundo entero. Puedo decir que me ganó el candombe y la cultura de los afro-descendientes”.

 

Buscando la negritud y los orígenes fue como recaló en Punta Ballena y descubrió su encanto. “En ese momento los turistas venían ávidos de Hawaiian Tropic, de discotecas y casino y no supieron ver que a la derecha, detrás de una montaña, existía ese lugar maravilloso. Recuerdo que me hice la señal de la cruz apenas lo vi y dije: ‘Aquí está el lugar donde voy a afincarme y morir’. Hoy se ha transformado en un centro de diálogo, se puebla de guardapolvos escolares en los inviernos y la mayoría del tiempo funciona como una usina de arte, que es también una fábrica de amigos”.

 

 

Sin saber de arquitectura, ayudado por gente más idónea, pero sin renunciar a su «imaginación», Carlos Paéz Vilaró logró construir, “como si fuera un rompecabezas”, una de las casas más emblemáticas de Punta del Este, y más visitada por los turistas. Casapueblo, ese sueño que se hizo realidad gracias a su capricho y perseverancia, recibe a unos 80.000 turistas de todas partes del mundo cada año. “Quien viene a Maldonado, viene a Casapueblo“, suelta Teté al tiempo que inquiere sobre cuál fue su historia.

Jamás pensé que iba a ser así. Inicialmente levanté una casilla de hojalata, que la construí con latas de aceites machacadas. Después soñé con una casa de madera y recorrí las playas uruguayas buscando maderos que traían los naufragios. Hasta que de golpe, se me ocurrió que debía hacerla de blanco, integrándose al mar con un aspecto mediterráneo. Fue entonces cuando la forré con un alambre de gallinero. La tapé con argamasa, advertí que éste prendía al alambre y –finalmente- me di cuenta que esa casa empezaba a crecer. Hoy se ha transformado en una suerte de barco blanco encallado en los acantilados de Punta Ballena pero que esta manejado por una tripulación activa”, grafica.

 

 

CRECIMIENTO CON  OBSTÁCULOS. Fischer recalca entonces que los ‘70 fueron tiempos complicados. El gobierno militar que se instaló en el 73 no veía con buenos ojos que “un pintor tuviese una casa de lata en los acantilados, donde se reunían melenudos e intelectuales. Eso era muy peligroso”. Qué hizo esa gente: tiró abajo a la primigenia Casapueblo. “No sé por qué causas me tienen en la mira, eso de que albergaba terroristas o gente de mal vivir es una estupidez tan grande como esta casa –le contaba Páez en carta a un amigo-. Cada vez que me muevo a Maldonado vivo girando la cabeza como la lechuza pensando que me vigilan. Algo muy desagradable tener que ensuciar tu libertad con este tipo de amenazas. La destrucción de la casilla fue otra maldad, alguien se propuso perjudicarme y lo está logrando pero le va a costar trabajo porque el obstáculo despierta mis fuerzas”.  Así descubrió que el obstáculo lo potenciaba, lo obligaba a superarse e incentivaba su creatividad.

 

 

Como un canto a la vida, desarrolló en la casona la ceremonia del sol y buena parte de sus trabajos lo tuvieron por fuente de inspiración, pero no todas fueron luces, ni colores brillantes. Como en la vida de todo ser humano hubo claroscuros. Uno de ellos está marcado por un 13 de Octubre de 1972, cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya rumbo a Chile, en el que viajaban los jugadores de rugby del colegio Old Christians, se extravía en la cordillera. A bordo viajaba su hijo Carlos Miguel. Páez no cejó jamás en la búsqueda, fue un tema de fe, de convicción. “Para mí las vida es como un largo callejón lleno de puertas cerradas –describe- , que las voy abriendo con sorpresas muy desagradables y otras extremadamente felices. Cuando me dan la noticia del accidente, me aferro a la oración. Dios fue mi gran copiloto en toda esa búsqueda; ahí puse todas mis fuerzas. Tuve la suerte de que en los días cercanos a la Navidad pude volver a abrazarlo sano y salvo”.

 

 

“Mi historia esta llena de este tipo de episodios –añade-. Casi fui fusilado en el Congo porque entendían que al ser de la República Oriental del Uruguay, como oriental debía ser comunista. Así que decidieron fusilarme. Menos mal era un buen atleta y corrí como nadie, pude cruzar el río y escapar. Lo importante es la vida; cuando cierro los ojos y los abro me doy cuenta de las ganas irrefrenables de vivir”.

 

 

Los viajes son un capítulo significativo. Una vez que sus pinturas se hicieron conocidas, visitó todos los países donde los problemas raciales hicieron historia. “¿Cómo no iba a ir a África a ver dónde nacieron los ancestros de estos negros que me acompañaban?” En Tahití, la más grande de las islas de la Polinesia Francesa, pintó los murales de una casa de Marlon Brando a cambio de alojamiento. Y viajando en barco por varios países se le ocurrió la ambiciosa idea de grabar un documental sobre la situación de los negros africanos. La película, llamada “Batuk”, cerró el Festival de Cannes. Eso le permitió conocer personalidades como Brigitte Bardot casada con su amigo Gunter Sachs y a Andy Warhol. Embajador sin cartera don Carlos paseó su arte por el mundo y fue también junto al argentino Mauricio Litman uno de los impulsores del Festival Internacional de Cine de Punta del Este. Un encuentro súper exclusivo, exquisito y elitistas que reunía a los principales directores y figuras del séptimo arte. Un logo suyo del candombe fue el leit motiv de la muestra. “Esta gran noche de candombe en Punta del Este es un legítimo triunfo tuyo que con sentida emoción lo hago mío. El cálido aplauso que brindarán las embajadas de la cinematografía mundial que honra nuestra tierra ha de ser el anticipo del suceso”, supo escribirle Horacio Castellanos, autor entre otras cosas, de la milonga “La Puñalada”. Borges prologó su muestra “Los Morenos” donde elogiño sus trabajos sin reparos.

 

 

Yo intento hacer un acto de Navidad por día. Al menos darle una sonrisa a un hombre que está triste, o ayudar a una viejita a cruzar la calle. Con eso ya cumpliste, te ganaste el día”, aconseja este hombre que se define como un enamorado de la mujer. “Casapueblo es un homenaje al sol y a la mujer”, suelta pícaro y ríe mientras mira a Anette, su señora, una alemana que puso algo de orden a sus días. Ella dice que lo que le encantó de él fue su insistencia realizando mil travesuras.“Disfrazándose de lingera, haciendo guardia frente a mi casa, mandando un coro de chicos alemanes para cantarme el feliz cumpleaños, llenarme la puerta de palomas blancas, aparte de su mirada intrusa, imberbe y gris. Ningún hombre me ha querido tanto como él”, interviene.

 

 

Don Carlos Páez, personaje entrañable si los hay, genio figura, que desplegó su impronta a ambos lados de la orilla. “La Argentina ha sido muy generosa conmigo –desliza-. Confieso con 87 años de edad que Punta del Este es tan argentina como uruguaya”. Una plaza en Tigre ya lleva su nombre, en Maldonado no pocos rincones con murales hablan de él y hasta el Intendente Óscar de los Santos lo rescató como un referente ineludible de los fernandinos. “El arte hay que acercarlo a la gente, no importa cómo –asegura-. El modo es llegar, o bien pintando un mural en el hospital para motivar a los enfermos y que sientan menos dolor, o bien en un hotel o en el avión de Pluna”. El sello indeleble de su obra está en todos lados. Dos pueblos, dos países hermanos, dos culturas rioplatenses unidas por un artista que ha sabido dejar su legado y afecto marcándonos a fuego.