El CLAN PUCCIO a 25 años del fin de un negocio familiar, el secuestro extorsivo

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8/02/10.- Eran conocidos en el barrio. Tenían un local de artículos de deportes náuticos en la planta baja de su vivienda, y un bar en el edificio de al lado. Al jefe de familia, cuentan los vecinos, se lo veía permanentemente barriendo la vereda, a cualquier hora. La suya y la del frente, conducta que sorprendía pero no develaba lo que había literalmente debajo de todo esto: tres muertes y una historia de terror.

Es que el negocio de Arquímedes Puccio que ningún vecino conocía era el que mantenía en el sótano de la vivienda ubicada en Martín y Omar al 500, en San Isidro. Era el negocio del secuestro extorsivo, en el que se vio involucrado al menos uno de sus hijos y otras personas allegadas. La prensa los denominó el Clan Puccio, teniendo en cuenta que Arquímedes, un contador público que llegó a ser vicecónsul, era el líder.

Tres muertes. Corría la década del 80. Alejandro Puccio, uno de los 5 hijos del matrimonio de Arquímedes con Epifanía Angeles Calvo, era un renombrado jugador del Club Atlético San Isidro (CASI). Repentinamente, un conocido suyo, Ricardo Manoukian, de 23 años, desaparece el 22 de julio de 1982. Poco después su familia recibe un pedido de rescate de US$ 250.000, que paga con la esperanza de recuperar al joven con vida.

Pero eso no iba a suceder. El 30 de julio de ese mismo año, tres disparos en la cabeza acabaron con la vida de Ricardo Manoukian.

No pasó ni un año antes de que tuviera lugar otro hecho similar y en el mismo entorno. El 5 de mayo de 1983 Eduardo Aulet, ingeniero y también jugador del CASI, fue secuestrado cuando iba en auto al trabajo. También su familia pagó el rescate, esta vez de US$ 150.000. Pero fue en vano. Aulet fue asesinado y su cuerpo fue hallado cuatro años después.

Un tercer hombre se convertiría en víctima de la ola de secuestros que mantenía en vilo a los vecinos. En junio de 1984, el empresario Emilio Naum detiene su vehículo al ver que Arquímedes le hacia señas. Pero Naum ni siquiera llegó a ser capturado, porque al darse cuenta de lo que sucedía, intentó resistirse y fue asesinado de un balazo.

No había sospechabas en el barrio de que las pistas de estos crímenes se ocultaban en el sótano de los Puccio.

Un oscuro sótano. Arquímedes había sido acusado de secuestrar a un empresario de Bonafide en 1973, pero fue sobreseído por falta de pruebas. Y ya para la década del 80 ese antecedente parecía haber sido olvidado, o era tal vez desconocido para sus vecinos.

Pero una cuarta víctima del clan, la única sobreviviente, puso fin al negocio. Se trata de la empresaria Nélida Bollini de Prado. Cuando la encontraron, la noche del 23 de agosto de 1985, llevaba más de un mes en cautiverio. Estaba atada al piso del temible sótano de los Puccio. Alejandro y su novia estaban en la casa cuando llegó la policía. El resto del clan fue detenido cuando intentaba cobrar el rescate.

 

 

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Los vecinos recuerdan la sorpresa que se llevaron al ver la cuadra plagada de policías. “¿Te enteraste Tano lo que pasó?”, le preguntó el diariero del frente de la vieja Municipalidad al dueño de la ferretería de la cuadra donde vivían los Puccio. Nadie se hubiera imaginado que todos esos años, el sótano de sus vecinos funcionaba como lugar de cautiverio para las víctimas de su negocio.

Algunos ataron cabos al recordar a Arquímedes como “el loco de la escoba“. Todavía se preguntan si sus barridas de las 3 de la mañana eran para asegurarse de que no se oyeran los pedidos de auxilio de las personas que mantenían en cautiverio en el sótano, que tenía una salida de aire que daba sobre la calle.

 

Condenas. Una semana después de las detenciones, el CASI salió campeón. Pero Alejandro no vivió esa alegría. Pasaron casi tres meses para que al rugbier le tocara ir a declarar al Palacio de Justicia. La presión fue demasiada y antes de llegar a la sala se lanzó desde el quinto piso del edificio. Cayó sobre un puesto del vestíbulo de la planta baja, pero su vida no terminó allí.

En diciembre de ese año fue condenado a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado. Pero fue liberado en abril de 1997, por la ley del 2×1. Volvió a ser detenido a fines de los 90 por que la Justicia entendió que su liberación no había sido correcta. Nunca se reconoció culpable.

La muerte llegaría en 2008, y su abogado asegura que estuvo relacionada a las secuelas de ese intento de suicidio en el Palacio de Justicia.

En tanto, Arquímedes, el líder del clan, también fue condenado a reclusión perpetua más accesoria por tiempo indeterminado. Estuvo en prisión durante 23 años, hasta que la Justicia determinó que por el régimen del 2×1 debían computársele 53 años y ocho meses de prisión. Por ese motivo, fue beneficiado con la libertad condicional. Hoy vive en la casa de un pastor evangelista, en General Pico, provincia de La Pampa.

Un dolor sin fin. Pasaron 28 años, pero Guillermo Manoukian no puede olvidar aquel cruel evento que marcó su vida para siempre. “Lo que más me duele es que mi hermano estuvo sentenciado desde el primer día. Como conocía a sus captores, nunca lo iban a dejar salir con vida”, se lamentó.

De alguna manera, las condenas a los culpables lo ayudaron a sobrellevar todos estos años. “Yo creo que en una parte importante sí se hizo Justicia. Porque se logró que los detuvieran y le dieran una condena definitiva”, sostuvo, en diálogo con lanacion.com.

Lo que no lo deja conforme es la libertad condicional otorgada a Arquímedes. “Está más que claro que bajo ningún punto de vista está en condiciones de reinsertarse a la sociedad”, aseguró Manoukian.

Pero los resultados de su búsqueda de justicia en esta causa le dan un poco de paz. “Más de la mitad de mi vida estuve luchando por esta historia. Ahora prefiero darle un corte y tomar distancia, aunque Arquímedes esté en libertad. Mi parte ya la hice, de lo que queda se va a encargar Dios”, dijo. Y agregó: “Mi hermano no va a volver y el dolor lo voy a tener toda la vida, pero yo ya luché mi parte”.

 

En esta causa los héroes fueron la telefonista de la vieja empresa ENTEL  que logró ubicar con métodos prehistóricos el llamado saliente que se hacía desde un teléfono público de una confitería en  Av. del Libertador. De inmediato se la aviso a la Policía, quien cuenta sólo con orden de detener a quien hablase por teléfono en dicho bar. No se sabía si se trataba de una o diez personas. Allí se detuvo al solitario Arquímedes Puccio quien se encontraba extorsionando telefónicamente. Este fue el punto de partida para aclarar los hechos y liberar a la víctima todavía viva, aún en el sótano. Al ser indagado, Alejandro Puccio declaró no saber de las actividades del padre, pese a vivir allí. A instancias de Aníbal Ibarra -en ese entonces Secretario de la Cámara del Crimense llevó a cabo un allanamiento de la casa de los Puccio y se estableció que ninguna persona que viviese en ese lugar  podía ignorar los hechos que allí sucedían, máxime porque se dejaba la radio encendida a alto volumen para evitar que la víctima pudiera pedir  auxilio.

 

Fuente:  lanación.com