NOS DEJÓ UNA LÚCIDA MUJER. Adiós a María Elena Walsh

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10/1/11. Escritora y cantante célebre por su literatura infantil, aunque igualmente pródiga en su producción para adultos. Su obra habla de su amor por los niños y su tierra, y denuncia las inequidades de nuestra sociedad. Falleció este lunes a los 80 años.

 

La escritora argentina María Elena Walsh, creadora de innumerables clásicos infantiles, murió a los 80 años en el sanatorio La Trinidad tras padecer una larga enfermedad. Esta tarde velarán sus restos en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic).

 

María Elena Walsh nació en 1930. Su padre, inglés y ferroviario, tocaba el piano y cantaba. También solía recitarle las “Nursery Rhymes”, rimas de cuna inglesas, muy tradicionales, muy antiguas. Su madre, argentina, le inculcó su amor a la naturaleza y a su tierra. Proclive a la lectura desde muy chica, no había terminado la escuela secundaria cuando publicó su primer libro, “Otoño imperdonable” (1947), que recibió el segundo premio Municipal de Poesía y fue alabado por la crítica y destacados escritores hispanoamericanos.

 

 

Poco después, en 1950, se encontró con Leda Valladares, y en París formó un dúo que interpretó temas folklóricos argentinos, con rotundo éxito. De allí en más su vocación como escritora, cantante y ensayista quedó definida. Su producción, tal como muestra la cronología que acompaña esta nota, comprende 22 discos, 16 libros para niños, 15 libros para adultos y una película –guión y rol protagónico.

 

Sin embargo, más que el volumen de su obra es importante su carácter innovador. María Elena Walsh incursionó en géneros que hasta su momento eran considerados de segundo orden – la literatura infantil y la canción popular– y los convirtió en un vehículo de reflexión que, a través del humor y la poesía, cuestionó el orden existente y sus presupuestos. Una reformulación que, sin duda, a la vez que los jerarquizó provocó una ruptura con la tradición.

 

El caso de la literatura infantil es el más notable. Hacia 1950, el paradigma de obras destinadas a los más chicos eran las producidas por Constancio C. Vigil, creador de Billiken –en 1919– y personajes populares de la narrativa infantil, como el Mono Relojero y la Hormiguita Viajera. Estas obras se caracterizaban por una fuerte presencia de aspectos didácticos y moralistas en sus contenidos que las alejaban del mundo de los chicos.

 

Sería María Elena Walsh quien revolucionaría el género al recuperar esas rimas de cuna que le cantaba su padre; esas cuartetas que contaban un breve cuento a veces plagados de sin sentidos y finales dudosos. Así, surgió la poética infantil de Walsh donde reina lenguaje coloquial, el disparate y los juegos del lenguaje. En un hermoso reportaje realizado por Alicia Origgi, Walsh declaró: “Creo que la novedad fue que no tenían ningún carácter docente ni moralista ni eran aplicadas al programa escolar. Era un concepto revolucionario el pensar que la versificación no tenía porqué tener un contenido didáctico. En 1964 era un concepto novedoso”. Sus obras infantiles, a mediados de los ’60, fueron recibidas con gran entusiasmo y ese éxito también se explica porque María Elena Walsh en su poética también convocó al folklore argentino, con sus distintos ritmos y melodías, para establecer con él un diálogo que le permitió relacionar su obra con la memoria cultural de los argentinos.

 

Sin embargo, lo que más atrae a los chicos es el disparate que en realidad es el componente básico de la literatura infantil de Walsh. La paradoja que desestructura reglas y autoridades, que hace triunfar a la incongruencia sobre lo razonable y que invita a la reflexión y a la risa (y que bueno cuando estas dos cosas se dan juntas). Así triunfa el juego sobre el didactismo y se impone una visión de la vida en que valor de las cosas no reside en su utilidad sino en la gratuidad de un hacer compartido.

 

Sus canciones para chicos ya son patrimonio de tres o cuatro generaciones de argentinos que, sin necesidad de ejercitar memoria alguna, se saben la letra de clásicos como: “El Reino del Revés”, “Manuelita la tortuga”, “La marcha de Osías”, “Canción de tomar el té”, “El Twist del Mono Liso”, “La Reina Batata”, “El Jacarandá”, “La Mona Jacinta”, “La Vaca Estudiosa” o la “Canción del Jardinero”.

 

En sus canciones para adultos ocurre algo parecido. Su aparición se dio en el contexto de “la nueva ola” en los ’60 que a poco de aparecer se mostró –salvo honrosas excepciones– como tendencia superficial y escapista. En toda esta década María Elena Walsh presentó unipersonales y recitales donde ofreció un nuevo género de canciones populares con un lenguaje diferente, sencillo y auténtico; cargado de un humor e ironía que sabía alternar con momentos de emoción y ternura. Quien ha escuchado “Serenata para la tierra de uno”, “Los Ejecutivos”, “Barco quieto” o “La cigarra”, por mencionar unos poquísimos temas, bien puede entenderlo.

 

Todos los argentinos menores de cincuenta años –en un país complicado por su historia y por quienes se proclaman sus eternos dueños–, hemos contado con la obra de María Elena Walsh para crecer y encontrar lo mejor que alberga nuestra tierra, nuestro pueblo y nosotros mismos.

 

 

Fuente: Argentina.ar