Otra vez sopa!!! GANÉMOSLE AL DILUVIO QUE VIENE

inundacion

24/02/10. Llueve sobre mojado en Buenos Aires. Cuántos de nuestros recurrentes problemas cada vez que caen un par de gotas están íntimamente relacionados con la falta de previsión. Tendrá acaso algo que ver con los dantescos anegamientos la escasa inversión en tiempos de Aguas Argentinas en el mantenimiento del tendido subterráneo, ¿cuánto incidirá la sobreexplotación del suelo que muestra que donde había una casita hoy se levanta un edificio en torre o tres bloques de departamentos, decenas y decenas de waters apelando a la vieja y obsoleta red?. Crónica de una inundación anunciada.

 

 

 

 

Febrero inestable si lo hay, el viernes 19 otra tormenta provocó caos, desasosiego y desconcierto. El pronóstico presagiaba alerta meteorológico y a media mañana ya se dibujaban unos sombríos nubarrones en el horizonte. De pronto, en esa húmeda jornada como muchas en este Buenos Aires de impiadoso calor, comienza a desplomarse las primeras gotas sobre el recalentado pavimento y pareciera sentirse un leve resuello.

 

 

 

Llueve, llueve mucho en la Ciudad pero nada distingue una cosa de la otra. La tarde de la noche. Caen 67 mm en las primeras 2 hs. y se acumulan más de 300 cuando el promedio para el mes es de 117. Por la tele las imágenes son dantescas: la gente cruza aferrada a una soga y un bote neumático provisto de paraguas los traslada de una esquina a otra, los comerciantes protestan, la basura navega en las esquinas. Escenas anticipatorias de algún film de Pino Solanas con autos y buses surcando olas como lanchas colectivas.

 

 

 

 

En la Capital el arroyo Maldonado dejaba de ser subterráneo para complicarle la existencia a vecinos de Palermo, Caballito, Belgrano, Villa Crespo y Paternal. De este lado de la General Paz, los vecinos de Bajo Boulogne no sufrieron anegamientos como los del pasado temporal por la imprevisión de hidráulica bonaerense, pero no pocas calles por un instante se llenaron de agua de cordón a cordón y luego drenaron.

 

 

Los peatones deben hacer malabares para cruzar de una acera a otra. Abundan los paraguas y las botas de goma para chapotear en el barro.

 

 

Las bocas de tormenta se taponan de bolsas y las tapas de AySA como geysers eyectan líquidos poco claros. Y algunas preguntas empiezan a rondar nuestra cabeza: cuánto tendrá que ver con el fenómeno la escasa inversión en tiempos de Aguas Argentinas en el mantenimiento del tendido subterráneo, cuánto la sobreexplotación del suelo que muestra que donde había una casita hoy se levanta un edificio en torre o tres bloques de departamentos, decenas y decenas de waters apelando a la vieja y obsoleta red.

 

 

 

Como contracara, en Paraná la construcción del aliviador – que como tantas otras obras similares no se ven porque corren bajo tierra- lleva alivio a no pocos barrios que antes se inundaban. En fin, mientras en algunos lados las obras quedan en promesas en ciertos municipios ya se perciben resultados satisfactorios.

Entre uno y otro diluvio de este lluvioso febrero, pasaron un puñado de días: quienes por sus diarias obligaciones deben acudir a la Gran Ciudad por cuestiones de trabajo ¿deberán acostumbrarse a convivir con el agua cada vez que llueve?, ¿habrá que mutar como aquaman para sobrevivir en un nuevo medio?. Al escuchar otro alerta meteorológico, ¿retornará el estado de psicosis colectiva?.

 

 

 

Abramos el paraguas a tiempo, tal vez así la próxima tempestad deje a las ciudades bajo control del hombre -planeemos desarrollos armónicos y sustentables al compás del crecimiento de la infraestructura de servicios- y no a éstas sumidas por las inclemencias que prodiga la vapuleada naturaleza.