Carlos Páez Vilaró: UN PINTOR ENTRE DOS ORILLAS


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27/12/09. El artista uruguayo habla de su amor por Casapueblo y por el Tigre. Su casa en de este lado del río, ahí nomás del puente, es como él. Por fuera parece un bunker; hermético, cerrado. Pero apenas uno traspone la puerta de acceso, la naturaleza emerge con toda su belleza. Está en cada ventana, se huele en cada uno de los desniveles que, como escalinatas estéticamente implantadas van introduciendo al hombre en sus orígenes más bellos.


 


En realidad, la casa es dos casas. La que da al exterior, a la calle, al más puro estilo Páez Vilaró, el que caracteriza a este artista con su Casapueblo, esa gigantesca escultura que emerge sobre el lomo de la Ballena, en la deliciosa Punta del Este. “Más que un pintor, yo diría que soy un “hacedor“, confía el artista uruguayo de 86 años, más de 60 con la pintura y 25 en el Tigre.


 



Autodidacta, curioso y audaz, Páez Vilaró ha incursionado en la arquitectura, la pintura, la cerámica, el arte textil, la escritura y una extensa lista de lenguajes creativos, que dan cuenta de una búsqueda incesante, al igual que sus permanente viajes por el mundo, y su ir y venir, de Uruguay a la Argentina.


 


“Me considero un hombre del medio del río -reflexiona sonriente-, ya que vivo saltando como entre los platos de una balanza por Argentina y Uruguay. Vivo seis meses acá y seis meses en Punta Ballena. Tengo tres hijos argentinos. En este país tuve mi primer trabajo con el que pude comprar una casa y aquí también realicé mi primera exposición”, contó el artista.


 


Páez evoca el inicio de su peregrinar con su llegada a Buenos Aires, a los 18 años, instalado en el altillo de una pensión ubicada en la calle Piedras, trabajó en una fábrica de fósforos y en una imprenta, pero poco a poco nació su pasión por el dibujo.


Frecuentaba los cabarets del Bajo y en uno de ellos le dejaron bosquejar en las mesas a cambio de que sacara a bailar a las chicas que querían mostrarse.


Esos dibujos, le permitieron entrar como cadete en una agencia de publicidad, y desde entonces, nunca se detuvo. “Mi mayor descanso es el trabajo“, comenta el artista al tiempo que invita a recorrer su casa que introduce al visitante en la intimidad de este hombre inquieto que incursionó desde la escultura hasta los murales, pasando por la literatura y también el cine.


 


Si bien evita los conflictos, la oscuridad lo tocó un 13 de Octubre. El año pasado se cumplieron 37 años desde que el avión en el que viajaba su hijo Carlos Miguel -“Caritos”- se esfumara en la Cordillera de los Andes. “Busqué a mi hijo durante tres meses de todas las maneras posibles, hasta con parapsicólogos –memora-. Fue un momento jorobado. Era tal la desesperación que borraba personajes y paisajes con arena. Sentía que la cordillera era un cuadro en blanco y con la imaginación podía reinventar a mi hijo, que todos daban por muerto. Yo lo veía por todos lados: lo corrí por una calle de Chile, se dio vuelta y no era él; lo vi hablando por teléfono en una garita; y andando a caballo, pero nunca era. Tuve la enorme alegría de que sobreviviera por sí mismo. Claro que cuando lo abrazo no puedo evitar acordarme de que otros no pueden hacerlo.”


 


Tal como reconoce, todos esos momentos –los buenos y los malos– quedaron plasmados en más de ciento cincuenta exposiciones individuales en lugares remotos ócomo China. Hace poco mas de un año expuso en el Museo de Arte Tigre, donde exhibio más de cien obras de su colección –entre pinturas, esculturas y fotomontajes– que abarcó desde su primer óleo hasta la última serie de 2008. “El Tigre me ganó”, dice y no oculta su satisfacción por esa muestra retrospectiva que ganó las paredes del MAT bautizada “Fragmentos” y que logró todo un récord de público. Un collage de trabajos cuidadosamente seleccionados que sintetizaron como “fragmentos de mis estados de ánimos a través de obras del pasado y el presente, en homenaje a esta región a la cual me debo y quiero tanto”.


 


“Yo la llamé Fragmentos, porque se trató de una retrospectiva, en el sentido de que evoqué etapas de mi vida pasadas, como mi primer óleo, pintado en 1950 y también expuse mis obras realizadas en 2008“, indica el artista. Y Tigre vibró al ritmo de Páez. Más de treinta y cinco mil visitantes recorrieron la heterogénea muestra durante los dos meses que duró la instalación


Del otro lado del río, Casapueblo (donde funciona su atelier, un museo y un hotel) ya se acostumbró al constante ir y venir de este hacedor. Corría el año ’58 y en la zona uruguaya de Punta Ballena no había árboles, caminos trazados, luz, ni agua. Con la ayuda de amigos levantó “La Pionera“, su primer atelier sobre los acantilados rocosos, con maderas que traía el mar.


 


“Fui a hablar con Abdon Ramos, pescador y único habitante del lugar, lo encontré leyendo a Borges. Le dije: ‘Vengo a pedirle permiso para construir en la Ballena porque usted es el dueño del paisaje’. Casapueblo es como un barco quieto, una escultura habitable. Siempre digo que pido perdón a la arquitectura por mi libertad de hornero. Después empecé a jugar y a agregarle más cuartos. Llegaba un amigo y me decía que iba a quedarse una semana. Bueno, le decía yo, quedate una semana más y te hago un cuarto“, desliza.


Por allí desfilaron personalidades de todo tipo: Alejo Carpentier, Omar Shariff, Plácido Domingo, Pelé, entre tantas amistades que le regaló el arte. Además allí conoció a Annette Deussen, su mujer.


 


CEREMONIA DEL SOL. Cada atardecer de en esa escultura sobre el lomo de la Ballena que emerge a la entrada de Punta del Este se realiza la ceremonia del sol; un silencio profundo invade a los visitantes mientras se proyecta un poema del artista, que termina justo cuando el sol se apaga en el horizonte.


No hay nada que intime a Don Carlos: su trazo vigoroso que encierra colores plenos, quedó plasmado tanto en cuadros, murales y cerámicas como en aviones, heladeras y patrulleros de Maldonado. Compuso candombes, filmó, pintó tambores y escribió una docena de libros. Sin embargo, dice que la que más lo representa es una obra casi desconocida: una pequeña capilla en el cementerio Los Cipreses, de San Isidro.