Una vieja tradición humana (a propósito del Halloween)
31/10/09. Una nota de Ana Gammalsson que bucea sobre esta celebración tan impuesta por el cine y la tevé norteamericana, caracterizada por las calabazas, los disfrazes y esa suerte de día de franquicia tácita de cierta picardía infantil. La escritora abreva en sus raíces y las compara con otras conmemoraciones similares como el Día de Todos los Muertos o de las Animas, en Santiago del Estero o el de los Angelestomos en Corrientes. Siempre es un placer leer a Ana descúbralo en esta artículo de su autoría.
Celebramos a los muertos, no solamente lloramos con desgarrados aullidos de dolor como los perros, sino que a diferencia de ellos -y grande es la diferencia- convivimos con los recuerdos. El perro muchas veces se muere porque no resiste vivir sin el otro ser querido, sea el amo o su pareja. El hombre es capaz de evocar, tiene entre sus verbos un tiempo que es el modo subjuntivo, representa una acción única: la imaginación de lo que no ha sucedido y ocurre sólo en la mente: “si estuviera aquí tu padre”, “qué hubiera hecho el general San Martín en esta circunstancia”.
Evocar a los seres queridos y respetados llevó al hombre, cuando dejó de ser nómada y se asentó, a enterrar a sus muertos y seguir amándolos aunque no existieran.
La víspera del año nuevo de los celtas pasó como el día de Todos los Santos en el calendario de la Europa cristiana. Lo poco que se conoce de los celtas es través de lo escrito por Julio César, no mucho más; sí, pueden deducirse tradiciones por las costumbres que han perdurado en las regiones habitadas por ellos y luego en aquellos países adonde emigraron. La historia se va montando en capas como la tierra sobre las ciudades antiguas; lo mismo que las lenguas, están vivas y se van modificando según los avatares de los pueblos.
En Santiago del Estero y, en general en el norte, se conservan tradiciones del Día de los Muertos que resultan ser de la misma calidad y origen de las que los irlandeses y escoceses llevaron consigo a los EE.UU. en los primeros años del siglo XIX.
El año nuevo de los celtas se celebraba el último día de octubre, su víspera. Se hacían juegos cercanos siempre a lo mágico, a lo adivinatorio. Todas esas cosas están ligadas a la vida del más allá, y el año que ha terminado suele (aún hoy) representarse como un viejo con una guadaña que marcha ya se sabe donde, y al nuevo año se lo pinta como un bebé que tiene el futuro por delante, pura ilusión y esperanza, se ignora cómo será. En fin, que los días caducan y renacen como la vida misma.
Pero el enterrar a los muertos, cuando el hombre se asentó, quedó allí donde estaban sus antepasados; nació el sentido de familia, de pertenencia, y creó los dioses familiares, luego tribales. En fin , los patres que le dieron nombre a la “patria”, es decir al conjunto de tradiciones y de costumbres de un determinado grupo. Es natural que en esos días de “balance anual” se recuerde a los fallecidos. Así nació en el calendario cristiano el Día de los Muertos, para los celtas, digamos, era el de los santos, el de los espíritus: la víspera en inglés es “eve” (Christmas Eve=Nochebuena ) y Hallow es, santo, espíritu así quedó Hallowe ‘en.
Cuando se abrió -después de la independencia- la inmigración católica en los EE.UU., que había sido prohibida por los ingleses, entraron al país las costumbres celtas de irlandeses y escoceses, a principios del siglo XIX. Así, el zapallo que se ha difundido con el Halloween es un farol que llevaba encendido un borrachín llamado “Jack O’ Lantern, que estaba en este mundo como alma en pena redimiéndose de su vida licenciosa.
La vuelta de los muertos se ve, aún hoy día, en Santiago del Estero en la Noche de Animas (del 1º.al 2 de Noviembre) la gente acude a los cementerios a conversar con sus muertos queridos y “arreglar” cuentas pendientes, van con luces de velas y se los ve y oye sentados junto a las tumbas. Algunos quedarán “mano a mano” con su conciencia, y muchos otros no. Me pregunto ¿cuántas cuentas logramos saldar nosotros con el pasado, salvo que sean las de los servicios municipales que les ayudamos a pagar a nuestros psicoanalistas?
La costumbre difundida en EE.UU. como el de los caramelos y el “chiste”, en su defecto; era una costumbre de los pobres que en muchos casos llegaba a convertirse en bromas muy pesadas si no les daban los dulces.
Una tradición muy similar existía en Corrientes en el día llamado de Angelestomos (ángeles somos, dicho por un niño) andaban varios chicos munidos de cencerro para hacer bulla pidiendo de casa en casa; en fin, que no hace falta mucha imaginación para figurase diferentes modos de pedir limosna con pequeños chantajes.
A través de la enseñanza del inglés y del cine norteamericano por la televisión, se ha propagado lo del Halloween, (ya fenecido completamente nuestro carnaval de febrero) que es día de franquicia tácita de cierta picardía infantil. Hoy, con la inseguridad se ha reducido al precio de una calabaza de plástico de color naranja, llena de caramelos, que “hay” que comprar con tal de que los chicos no salgan por “ahí” a exponerse.
En fin, que es sumamente interesante el Día de Animas. Lo viví en un cementerio de extramuros de la ciudad de Santiago del Estero. Con costumbres similares celebran en México el Día de los Muertos, (cuyo símbolo son esqueletos como aquellos de la Edad Media en tiempos de peste) también allá, se tiende la mesa porque en esa noche vendrán de visita y hay que esperarlos con la mesa puesta. En la provincia de Corrientes le rezan a San La Muerte.
En el buche de la Europa cristiana se digirieron las culturas de los diferentes grupos bárbaros, a esto se le llama sincretismo. Las creencias se mezclan como lo hacen las lenguas: siempre hay un filtro que modera y crea reglas, que no quedan fijas porque unas prevalecen sobre otras y se imponen por la costumbre.
Esas son costumbres que solamente los humanos podemos poner en práctica: imaginar que algo que no es pudiera ser. Y eso que a algunos les parece tan bárbaro es sólo propio del hombre. Los animales se mueren de amor porque no pueden imaginar otra cosa.