Festividad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Un acto de amor extraordinario para nuestra salvación

 

 

casaretto1Homilía de Monseñor Casaretto, en el Colegio Marín el pasado sábado 13 de Junio, oportunidad donde se desarrolló la Asamblea Diocesana en el marco de la Festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo.

 

 

A continuación el mensaje del Pastor de la Diócesis:

 

“En primer lugar muchas gracias a todos  los que han trabajado para organizar esta Asamblea. Muchas gracias al Consejo Diocesano de Pastoral, a Mons. D’Anníbale. A todos los que trabajaron en la preparación de los  stand, a los grupos, al colegio Marín,  a sus autoridades. Muchas gracias por la presencia de todos ustedes en esta tarde, a los sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos. Gracias Mons. Bianchi Di Cárcano por acompañarnos siempre.

 

“Estamos coronando este día, como no podía ser de otro modo, con la celebración de esta Fiesta del Cuerpo y Sangre de Jesús. Estamos frente a este Misterio de la Eucaristía, profundísimo Misterio y a la vez, solamente Dios, solamente el Hijo de Dios podría haber pensado esto. La Eucaristía significa perpetuar en el tiempo, en la historia, en el espacio, el único acto redentor de Cristo. Históricamente Cristo murió y resucitó una sola vez. Sucedió en un momento concreto de la historia. Pero como Jesús era Dios y quería que esto lo viviéramos constantemente, perpetuamente, no que lo recordáramos como un hecho histórico ocurrido hace dos mil años sino que lo pudiéramos actualizar como algo que vivimos constantemente en la iglesia, Jesús pensó e instituyó la Eucaristía.

 

“Estamos frente un acto de amor extraordinario. El acto de amor Eucarístico como tal significa que Dios dio la vida por nosotros. Pero el acto de amor de pensar que eso había que perpetuarlo para nuestro bien, para que nosotros pudiéramos recibir constantemente la gracia de su muerte y resurrección, porque aquí en el altar Jesús vuelve a morir y a resucitar, fue suyo. Nosotros no solamente recordamos un hecho sino que hacemos memoria real y litúrgicamente, en el altar muere y resucita para nuestra salvación. Por eso la gracia que sale de este altar es una gracia infinita.

 

 

“Cuando nosotros nos acercamos a adorar al Señor en la Eucaristía, cuando nos acercamos a recibir su cuerpo y su sangre, la gracia de Dios penetra absolutamente en todo nuestro ser, somos divinizados por la Eucaristía del Señor. Yo siempre pienso qué gracia vamos a tener cuando por la gracia de Dios lleguemos al cielo y podamos entender mucho más este misterio y podamos ver el hondísimo significado de la Eucaristía. Ahora podemos atisbar algo, podemos intuir, pero acá hay tanta gracia de Dios, tanto amor de Dios. De hecho, algunos místicos que han podido vivir esto intensamente por una gracia especial, quedaban absortos, no podían creer lo que experimentaban al vivir esta gracia Eucarística. Por eso nosotros nos acercamos con reverencia, pero nos acercamos con mucha confianza al altar de Jesús, sabemos que “Él quiere esta participación nuestra. Y por eso esta fiesta que es la fiesta en que la iglesia quiere que se viva este misterio de una manera gloriosa, nosotros queremos vivirlo gloriosamente.

 

“Ha sido un momento importantísimo tener nuestra Asamblea en esta Fiesta Diocesana coronándola con esta Fiesta Eucarística. Me parece que hay tres situaciones interiores y exteriores de nuestra vida eclesial que tenemos que expresar hoy ante Jesús Sacramentado, de Jesús sacramento. En primer lugar, expresar una gratitud muy profunda.

 

“Cuando yo recorría todos los stand, cada uno de esos stand era como una especie de sacramento porque significaba una realidad que era mucho más profunda. Cuando yo me paraba delante de cada stand, pensaba, al ver a algunas personas, mirar algunas fotografías, apreciar algunos signos, cuanta riqueza que supera todo esto se puede mostrar en un stand. Pero qué bueno que ese signo muestre esa riqueza. Y, cómo obra Dios, a lo largo y a lo ancho de toda la diócesis, en sus comunidades, en los movimientos, cómo está obrando Dios.

 

“Cada uno de nosotros somos intérpretes de una voluntad que nos excede, que nos trasciende, pero la interpretamos, con nuestra libertad aceptamos ese llamado de Dios para ocupar un lugar en la iglesia, un lugar absolutamente irremplazable, que lo podemos apreciar y está bueno que lo apreciemos como algo mínimo y que le pidamos a Dios el don de la humildad para no sentir sino que somos un instrumento de Dios.

 

 

“Pero a la vez, qué irreemplazables que somos cada uno de nosotros,  que irreemplazable es la vida de cada comunidad, porque Dios quiere que sea así, por que Dios quiere expresarse, manifestarse a través nuestro y solamente a través nuestro. Por eso cuánta gratitud tenemos que expresar hoy. Esta recorrida que hicimos es como una peregrinación por la vida diocesana y vemos entonces si apreciamos la obra del Señor en la vida de la  diócesis. Lo traemos esto al altar y decimos “gracias, gracias, Señor”.

 

“A la vez, cuando miramos la realidad, la vemos tan desafiante. Y esta realidad produce en nosotros distintos sentimientos, a veces nos enojamos con la realidad. “Qué mundo nos toca vivir!”, a veces tenemos esa mirada negativa, “¡cómo han cambiado las cosas!”, los que ya tenemos años decimos esas expresiones. A veces nos asustamos y tenemos miedo frente a esta realidad. Sin embargo no parece ser esa la mirada que nos invita a tener Dios sobre la realidad.

 

“Qué hizo el Hijo de Dios cuando se encarnó. Amó mucho a ese mundo en el que se encarnaba, lo amó hasta derramar lágrimas, incluso a veces, al ver, no era tonto Jesús para no ver la acción del mundo de las tinieblas y los impedimentos que esa realidad, muchas veces, ponía en sus palabras y en sus gestos, la no aceptación de la presencia del Hijo de Dios y su mensaje. Pero eso no lo llevaba al Hijo de Dios a una actitud de desprecio, a veces sí de dolor. Pero es un dolor manifestativo del infinito amor que tenía por esa realidad.  Por eso nosotros también, la miramos a esta realidad y le pedimos a Dios que nos dé este don de amar el mundo que nos toca vivir, el país en el que tenemos que desarrollar nuestra vida, le pedimos a Dios que nos aleje de una actitud quejosa, que me parece que no tiene absolutamente nada que ver con el evangelio, le pedimos a Dios, en esta Eucaristía que nos lleve a amar mucho a este mundo, a esta realidad, nos lleve a amar mucho a ese espacio geográfico en el que están nuestras comunidades parroquiales, a esos espacios culturales donde se desarrolla nuestra vida, a los lugares de trabajo, los lugares de deportes. Toda esa realidad, esos distintos mundos que están en el contexto en el que nosotros vivimos y que el cristiano tiene que empezar por amarlo. Y le pedimos a Dios, y hacia esto desemboca toda la Asamblea, un mayor impulso misionero.

 

“Yo pensaba mucho, en estos días, qué es este impulso que le vamos a pedir a Dios. Yo quería celebrar esta Eucaristía, sinceramente, trato siempre de celebrar con mucha verdad, pero quería celebrar esta Eucaristía con mucha verdad. Entonces, pensaba, si le vamos a pedir un mayor impulso misionero, qué le estamos pidiendo a Dios.

 

“Le estamos pidiendo esto. Que haya más intensidad de entrega en cada uno de nosotros, porque no podemos dudar, que en esta realidad, no es fácil terminar de ver qué es la misión, esta misión que nos pide el Documento de Aparecida, para toda América. Los obispos que se reunieron en Aparecida, nos dicen que tenemos que abrir un tiempo más misionero. Pero no es tan fácil ver cuáles son los caminos. Yo no sé qué les pasa a ustedes cuando uno está frente a una realidad que intuye, porque la recorrida que yo hice por todos estos stand que manifiestan la vida de las parroquias, no hay lugar a dudas que hay una actitud misionera en las parroquias, que hay una actitud misionera en los movimientos, pero no siempre podemos encontrar con tanta facilidad los caminos y dar una respuesta a estos desafíos que se nos presentan. Sin embargo, cuando pedimos un impulso misionero, tenemos que pedir algo más concreto. Yo pensaba qué más concreto le podemos pedir al Señor. Yo creo que no es una época para la iglesia de mucho crecimiento numérico, no parece que estemos en una época de crecimiento numérico.

 

“Sin embargo parece que el espíritu nos estuviera invitando a una época de un crecimiento de mayor intensidad, es un tiempo donde se nos invita a ser cristianos en serio. Es un tiempo donde se nos invita a ser cristianos íntegros. Es un tiempo donde tenemos que rezar más intensamente. Cada uno de lo que somos, tenemos que ser mejores. Yo tengo que ser más intensamente obispo de ustedes, los sacerdotes tenemos que ser más intensamente sacerdotes para el pueblo de Dios, las religiosas tienen que vivir mucho más intensamente su consagración, y los laicos tienen que vivir mucho más intensamente su condición laical. Los que están casados tienen que ser mejores esposos, los hijos tienen que ser mejores hijos, los padres mejores padres. Esto es irrenunciable.

 

“A mí me parece que el impulso misionero empieza por aquí. No es que se termine ahí el impulso misionero. Pero esta llamada de Dios en este tiempo me parece que es clara. Cuando hacemos los ejercicios espirituales de San Ignacio, en la primera parte que se llaman principio y fundamento, termina diciendo que lo que califica mucho más fuertemente a alguien que quiere ser cristiano, es el deseo de más. Y esto es lo que tenemos que poner en el altar. Para que podamos entrar en un tiempo más misionero, tenemos que desear más santidad para cada uno de nosotros, tenemos que desear más intensidad en la vivencia de la misión que Dios nos ha confiado a cada uno de nosotros.

 

“Yo creo que esto es claro para este tiempo. Podemos no terminar de ver totalmente los caminos de la misión, podemos no encontrar con tanta claridad por dónde tiene que ir esta misión, pero lo que no podemos es dejar de pedir este don y ofrecer, poner nuestra vida en actitud de ofrecimiento. Estas son actitudes profundamente eucarísticas. El Hijo de Dios deseaba salvar a  la humanidad, deseó, tuvo el deseo de la salvación. El Hijo de Dios le pidió las fuerzas para poder llevar adelante esa misión. Y nosotros somos hijos de Dios. Y nuestro modelo fue Jesucristo. Y el encuentro con Jesucristo nos lleva a cristificar nuestras vidas y por lo tanto, yo quería invitarlos en esta Asamblea, como el Hijo de Dios lo hizo antes de llegar al momento culminante de la redención, a pedir con fuerza, ser más intensamente cristianos cada uno de nosotros en la misión que Dios nos invita a vivir. Pero acompañar esa petición con un ofrecimiento, con ese deseo de que esto sea una realidad. Y si este deseo, y estemos seguros que si deseamos ser mejores cristianos, el camino por el que Dios nos va a llevar siempre va a recorrer la Pasión, la Muerte, para llegar a la Resurrección. Pero esto no nos debe atemorizar, sino que debe darnos la seguridad de que la Providencia de Dios siempre nos va a acompañar si estamos en esta actitud de entrega, cada uno de nosotros, en este deseo profundo de ser más cristianos.

 

“Aparecida dice que es un tiempo que se nos invita a una conversión personal y una conversión pastoral. La conversión personal es esto, desear ser más intensamente cristianos, desear ser más intensamente discípulos de Jesús, desear más intensamente ser misioneros de Jesús, discípulos y misioneros, desearlo con fuerza. Pedir esa gracia a Dios.

 

“Esto es entonces lo que ponemos en esta Eucaristía coronando esta Asamblea. Para cada  uno de nosotros, para nuestras comunidades. Gratitud por todo lo que hemos recibido, por todo lo que Dios nos ha dado en todo este tiempo, por todo lo que ha sido la vivencia intensa de la diócesis desde la última asamblea hasta esta. Gratitud muy profunda. Petición muy honda de las fuerzas para iniciar un tiempo más misionero, para tener más impulso misionero, personales y comunitarios. Y ofrecimiento, el deseo de más. Nunca Dios deja de responder a los deseos legítimos. Si nosotros deseamos, y como estamos deseando algo no bueno, sino muy bueno, Dios no va a dejar nunca de responder a este deseo.

 

“Ese es el camino para entrar en un tiempo más misionero. Este es el camino para que Dios nos de ese impulso que muchas veces nosotros no sabemos encontrar. Ponemos estos sentimientos en el altar del Señor.”